CUANDO NO SABES QUE ES LA ÚLTIMA VEZ

Photo by Artur Azevedo on Unsplash


Ese día no sabía que era la última vez que iba a poder tomarle una foto. Él me sonrió, como participando ingenuamente del momento, y yo apreté el disparador, para luego darme cuenta de lo importante que podría ser ese momento. El rollo no estaba bien puesto, pues, hay que reconocerlo, era y sigo siendo un novato con esos fantásticos artilugios que cambian la plata en imágenes,  y que la era digital ha conseguido desplazar casi hasta el borde de su obsolescencia.

Apreté dos veces el disparador, creo que en una él me veía, y en la otra no, ya no lo recuerdo bien. Él sentía que no debía darle tanta importancia a lo que sucedería, al igual que yo y que todos, porque restarle importancia disminuía en cierto modo el temor. Él me preguntó algo, yo no lo respondí bien, ¿por qué maldita sea?, ¿por qué?. Él no era de esta época digital, y los computadores no eran los mejores amigos, así que constantemente me hacía preguntas inocentes y sencillas, que conseguían desesperarme y sacarme de mi "importante" labor del momento. Él me decía, cuando estaba yo de vacaciones, deja de estudiar, ya habrá momento para eso, comparte con nosotros, pero yo y mi cerrada visión de la vida no le hacíamos caso.

El rollo decidí revelarlo muchos días después de no poderle tomar más fotos. Y con gran desilusión y tristeza, me dijeron que estaba malo, mal puesto. Me dijeron que esas dos fotos se habían perdido. Esos dos instantes de vida, de la mia y de la suya, solo seguirían existiendo en mi cabeza, en el lugar donde les podía dar el tono que quisiera, pero el lugar también donde las podía olvidar. 

Ese día, ese domingo, así como esa maldita semana, me acompañarán por siempre.

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