Inconformidad

Este cuento lo escribí en el 2007, y lo envié a concursar en el concurso realizado por RNC ese año. Lastimosamente, no quedé dentro de los ganadores, pero igual, sigue gustándome mucho. Tal vez no gané, porque casi ni parece un cuento, jaja, pero igual, ahí se los dejo, por si lo quieren leer.

¿Qué mira? Que le importa qué miro. Miro muchas cosas, miro todo, mantengo mirando. Mirar es una de las pocas cosas que puedo hacer solo, sin ustedes, a quienes creía mis amigos.

Miguel Ángel es un muchacho un poco extraño. Bueno, tal vez no un poco, bastante. O tal vez ni siquiera es extraño, sino que lo aparenta, porque le gusta llamar la atención, le gusta ser observado tanto como a él le gusta observar. No soporta las personas presumidas y gran parte del tiempo se odia a sí mismo porque se comporta de esa manera, pero tiene un consuelo, él no es así, sino que lo aparenta, como muchas cosas suyas, y sólo lo hace para vengarse de aquellos que se creen más que él o que los demás.

¿Miguel, por qué estás tan solo? ¿Miguel, por qué no quieres comer? ¿Miguel, por qué no vienes y compartes un momento con tus tíos? Esto es muy desagradable. Mis papás no hacen sino preguntarme cosas totalmente obvias. Estoy solo porque no tengo amigos, porque se fueron sin despedirse siquiera, porque no me importa si alguien me habla o no. No quiero comer porque me parece innecesario, inútil, es igual que dormir, son acciones que no sirven absolutamente para nada. Miento. Si sirven para algo, para perder el tiempo. ¿Acaso creen ellos que, sabiendo yo que uno pasa la tercera parte de la vida metido en una cama soñando porquerías (porque el inconsciente es perverso, créanme) y  chorreando babas, voy a malgastar más de mi valioso tiempo ingiriendo elementos y sustancias cuyo final es lo más asqueroso que existe en la vida de un ser humano? Pues no. Por eso no voy a comer. Por otro lado, si antes dije que mi tiempo era valioso no lo hice debido a que yo sea una persona presumida, sino porque en realidad mi tiempo vale mucho, cada instante que vivo mi mente produce una idea distinta, y lo hace tan rápidamente que la habilidad de mi mano no es suficiente para plasmar mis pensamientos en el papel y no olvidarlos. Ya olvidados no valen nada, es como si nunca hubieran existido. Lo que no queda escrito en un papel, no existe.

Miguel Ángel era un inconforme con la sociedad. La sociedad le fastidiaba, le daba rabia, ya que en una sociedad mediocre e hipócrita como en la que vivía los sueños de las pocas personas razonables que la habitaban se desaparecían, no eran apoyados, y generalmente triunfaban los menos inteligentes pero sí más maliciosos, orgullosos, personas sin personalidad. La gran mayoría de la población en su sociedad era igual, tanto física como psicológicamente, todos se vestían igual, con sus pantalones anchos y caídos, con sus camisetas XXXL de marca importada de no sé donde, con sus cachuchas planas, y todos pensaban igual, respondían lo mismo, o más bien, todos no respondían nada, siempre decían las mismas palabras huecas, repitiendo lo que dijo el de su lado, y así como sus palabras no tenían ningún significado, su cabeza estaba en muchos aspectos tan nueva como había llegado a este mundo.

Miguel Ángel tenía gran capacidad para expresarse oralmente. Podía improvisar, inventar, hasta mentir, con tal de no hacer el ridículo, cuando le importaba no hacerlo. Y los únicos momentos en los que lo evitaba eran cuando le estaba hablando a alguien importante para él. Importante se refiere, en gran medida, a las mujeres, aquellos seres tan esquivos e impredecibles, con quienes Miguel Ángel pocas veces se había relacionado. Y el hecho de que no hablara mucho con ellas no quería decir que no le gustaran, sino que, en los pocos intercambios de palabras que había realizado se había dado cuenta que esas jóvenes no eran como él, no eran de su mundo, no eran de tardes de lectura, ni de conversaciones con matices filosóficos, teológicos o científicos, no eran de su música, no eran de su forma de vivir ni de su modo de ver la realidad, por el contrario, pertenecían al mundo opuesto, al de la pereza, las fiestas, el trago, las conversaciones rutinarias y monótonas, la televisión, la moda. En resumidas cuentas, Miguel Ángel se había llevado una gran decepción. Por eso no estaba interesado en estar acompañado por sus amigos (ex – amigos) o por tales chicas, porque en ninguno de los dos lados se podía desenvolver con toda tranquilidad.

Hoy conocí alguien especial. Sé que es diferente, sus palabras y su mirada me lo demuestran. Su belleza no es indescriptible, pero me interesa más su interior. Se llama Ángela, y desde hoy mismo me permitió decirle Angelita. Es un nombre muy sugestivo. Espero que esta espera de tantos años haya valido la pena, y que su pensamiento sea compatible con el mío, se identifiquen ambos, se vean a la cara, se reconozcan, se digan “hola” y nunca “adiós”.

Julio Caicedo, 2007

Comentarios