Carlitos no aparece

 Crisálida. Sí, me llamo Crisálida. Ya sé que es un poco raro, pero qué le vamos a hacer. A mis papás nunca les ha gustado lo común y corriente, aunque debo reconocer que esa vez se pasaron. ¿No me pudieron colocar Cristina? Tenía que ser Crisálida. Ya ven ustedes, Crisálida Cepeda Trejos.

Pero basta de hablar sobre mi, que esta historia es sobre mi hermanito, Carlos, Carlitos, como todos le decían. Sobre la vez que Carlitos no aparecía.

Mi hermano debía tener como 5 o 6 años, y yo unos 10. Él ya llevaba un tiempo durmiendo solo, en su cuarto, sin llorar por miedo a la oscuridad, lo cual era un gran avance y un alivio para mis papás, e incluso para mi.

El protocolo para dormir comenzaba así: mi mamá le daba un vaso de leche caliente como a las 8 de la noche y lo llevaba al cuarto. Ahí se quedaba con él, jugando o arrullándolo con alguna canción o algún cuento.

Apenas Carlos terminaba su leche, pedía que fuera mi papá y que se acostara con él hasta que se quedara dormido. Así que el ritual continuaba con mi mamá saliendo del cuarto de Carlos, y en su lugar entraba mi papá, siempre con cara de cansancio.

Antes de salir, mi mamá le daba un beso a Carlos en la frente, le deseaba buenas noches, y se llevaba el vaso.

Mientras sucedía todo eso, yo me quedaba en el cuarto de mis papás viendo televisión, presenciando dicha coreografía noche tras noche. Al principio también me gustaba acompañar a Carlitos, pero siempre tardaba mucho en dormirse, así que comencé a aburrirme y preferí mis dibujos animados favoritos a acompañar a mi hermano.

El día que todo ocurrió inició soleado. La noche anterior había salido del cuarto de mis papás hacia el mío luego de terminar mi programa favorito en Cartoon Network, Vaca y Pollito. Aún sigue siendo mi programa favorito de dibujos animados, no como esas basuras que sacan ahora.

Eran como las nueve de la noche, me acosté en mi cama y me dormí muy rápido. Fue una noche como cualquier otra, no escuché ni vi ni soné nada raro.

A la mañana siguiente, con un sol brillante y un día de vacaciones por delante, me levanté como a las 8 y fui al cuarto de mis papás, como hacía siempre que no tenía colegio, para meterme en su cama y ver televisión un rato.

Ese día mi papá tenía que ir a la oficina en la tarde únicamente, y mi mamá había cambiado hacía poco de trabajo, así que estaba en periodo de inducción y no tenía que madrugar.

Entonces, cuando entré a su cuarto, los encontré a ambos hablando, pero con cara de preocupación. Mi papá estaba de pie con las manos en la cintura, y mi mamá estaba sentada en el borde de la cama cogiéndose la cabeza. 

Apenas entré y vi la escena, me imaginé un montón de cosas. Que se había muerto el tío Iván que llevaba mucho tiempo enfermo con dolor de estómago; que mi tía Catalina iba a tener otro bebé, el quinto; o peor aún, que habían llamado de mi colegio a contarles que me habían descubierto comiendo choclitos en clase.

Me alcancé a asustar dos segundos, pero luego escuché la palabra Carlos y supe que la situación tenía que ver con mi terrible hermano pequeño. Nada raro.

Seguro se había vuelto a orinar en la cama. La semana pasada me había untado sin querer cuando fui a su cuarto a coger dos de mis juguetes que se había llevado sin mi permiso. Casi me vomito del asco. O tal vez se había levantado a media noche, había ido al cuarto de mis papás y no los había dejado dormir bien; o tal vez otra vez no quería comer su desayuno. De vez en cuando le daba por hacer pataletas y aceptaba nada más pollo y papas fritas. En fin, las posibilidades eran incontables, así que me tranquilicé y pregunté:

-¿Qué pasa?

Mis papás se callaron un momento, notaron mi presencia, y en un tono de voz muy bajo mi papá dijo:

- No encontramos a Carlos

Yo arrugué la frente y mirando a mi mamá le pregunté:

-¿Cómo así que no encuentran a Carlos?

Mi mamá habló mirando al suelo:

- Esta mañana fui a su cuarto a llevarle jugo de naranja y no estaba en su cama. Pensé que había venido para acá pero tampoco. Con tu papá ya revisamos toda la casa, la cocina, los armarios, la sala, el comedor, detrás de las cortinas, los baños y ¡hasta dentro de la lavadora!. Pero no aparece. Sólo nos falta tu cuarto.

Apenas dijo esto, salí corriendo para mi cuarto y revisé el armario y debajo de la cama. Pero nada, Carlitos no aparecía. ¿Dónde se había metido?

Volví al cuarto de mis papás, ahora sí algo preocupada y les dije:

- Tampoco está en mi cuarto.

Mi papá se sentó al lado de mi mamá en el borde de la cama, la rodeó con su brazo, y se quedaron en silencio.

Era evidente que todos repasábamos mentalmente hasta el último resquicio de la casa con el tamaño suficiente como para esconder a Carlos. Todas las ventanas estaban cerradas, e igual él no alcanzaba la manija; la puerta estaba cerrada y con llave. Carlos tenía que estar DENTRO de la casa, no había otra opción. Se me cruzó por la cabeza lo que había visto hacía dos noches acerca de personas que eran raptadas por extraterrestres, pero preferí dejar esa alternativa como último recurso antes de mencionarlo a mis papás. No quería preocuparlos más.

Llevábamos como cinco minutos en absoluto silencio cuando en el cuarto de Carlos escuchamos un golpe y mi hermanito comenzó a llorar. Los tres abrimos mucho los ojos y salimos corriendo hacia él. Cuando llegamos, Carlos estaba saliendo de debajo de la cama, arrastrándose, con su piyama blanca de ranas verdes sucia de polvo y la cara roja y contraída de dolor. Lágrimas le resbalaban por las mejillas y una enorme marca roja le cubría casi toda la frente, en la que ya se comenzaba a notar un gran chichón.

Mi mamá se agachó inmediatamente y lo cargó. Le dijo que se calmara y le limpió la piyama y las lágrimas de los ojos.

Yo miré hacia arriba, hacia el pequeño y colorado rostro de mi hermanito, y no pude aguantarme más, comencé a reírme estrepitosamente, a lo cual siguió mi papá. Carlos comenzó a llorar otra vez, más fuerte que antes. Mi mamá, como solía hacer, nos lanzó una mirada amenazante y nos regañó por burlarnos de su bebé.

Entonces, Carlos dijo:

- No me di cuenta cuando me caí de la cama.

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