Criminal

 

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Cuento adaptado del guión que escribí para un concurso de la Universidad EAFIT, en el año 2007


Capítulo 1: Que voz tan dulce tienes

El oficial Calloway fuma mientras observa el bello rostro de la pelirroja que canta I can´t get started. Sus facciones son extremadamente femeninas, delicadas, y su vestido ceñido da forma a las fantasías más profundas e intensas de sus oyentes y admiradores.

Bajo la escasa luz el oficial parece más un mendigo que un importante investigador del cuerpo de policías. Su barba áspera y sus pómulos pronunciados dejan adivinar varias noches de insomnio. Toma de su trago cada vez que la exuberante pelirroja le dirige la mirada. Es como un reflejo que oculta su nerviosismo y su inseguridad. En medio de su admiración, repentinamente llega a su mente, de manera inconsciente y desagradable, la horrible imagen de su esposa estrangulada, obligándole a cerrar los ojos. En medio de la oscuridad de sus recuerdos, la ve con una prenda alrededor del cuello, en la alcoba, y con él arrodillado a su lado. No lo quiere recordar, pero es inevitable. Abre sus ojos.

Calloway piensa: Es idéntica a ella. Su misma mirada, las mismas llamaradas en los ojos, sus dos labios gruesos y rojos; su voz tan potente, sus gestos tan seguros. Su imagen me recuerda la de ella.

Calloway se levanta de su asiento y su gabardina comienza a rozar el piso a medida que se acerca a la tarima en donde se encuentra el grupo de jazz. Es muy amigo del hombre del piano, y también del que sopla en el saxofón, pero a la mujer nunca le ha dirigido nada distinto a un saludo. Apenas llega al escenario intercambia unas cuantas palabras de admiración con sus amigos músicos por tan hermosa pieza interpretada y luego se dirige hacia la pelirroja. Esta noche no tiene temor, la timidez ha desaparecido. Sin embargo, algunas gotas de sudor empiezan a resbalar por su frente a pesar del frío de la noche, y cuando se encuentra frente a los hermosos ojos claros de la mujer queda estupefacto, nunca la había visto tan de cerca, y nunca se había percatado de cuán hermosa era. Ese instante pareció una eternidad, y su emoción y agitación fueron tan grandes que tuvo la impresión de que su problema cardíaco había decidido no perdonarlo más y le había asestado un golpe mortal en el corazón. Se llevó la mano al pecho al sentir el pinchazo.

Ella fue quien habló primero. Parecía imposible que tal voz tan dulce y sensual como la miel fuera capaz de interpretar con tanta potencia las melodías que escuchaba constantemente en el bar.

- Hooney: Pensé que nunca se iba a atrever a acercárseme
- Calloway: Su belleza es una red que me atrapa y me amordaza. Es usted una muy buena cantante (luego Calloway piensa: su actitud tan inocente es más cautivadora que la perfección de su arte)
- Hooney: No son necesarios tantos halagos, mis músicos son responsables de que aparente ser tan exitosa. Oh, escuche la canción que están interpretando en este momento, es una de mis canciones preferidas, I remember Clifford, recuerde el nombre.
- Calloway: Señorita, mi memoria es tan imperfecta como mi apariencia. Lo único que puedo recordar son las caras de los asesinos que atrapo.
- Hooney: Hágalo por mí
- Calloway: Lo intentaré.

En ese momento, Filippo, el pianista, llama a Hooney al centro del escenario para su próxima interpretación. Hooney se despide de un beso en la mejilla de Calloway, y éste siente que pierde toda sensación exterior; lo único que queda es el eco del sonido que produjeron los labios de Hooney al tocar su rugosa mejilla. El oficial baja del escenario, se sienta a observar a Hooney, y con un cigarrillo en una mano y el trago en la otra, escucha, sin prestarles atención, las canciones que siguen por el resto de la noche, imbuido completamente en los ojos de la cantante. Ella ahora interpreta Minnie the Moocher, y sus miradas constantes a Calloway lo absorben completamente. La imagen de su esposa lo asalta de nuevo.


Capítulo 2: Ese gordo inepto

I

Calloway, sentado en su oficina, miraba fijamente la pared, completamente por fuera de la realidad, absolutamente concentrado en su pensamiento. Con su sombrero puesto en un perchero, pero con su gabardina encima ya que que allí tenía el revólver y quería tenerlo siempre lo más cerca posible, medita sobre los casos que está investigando, y ni siquiera observa la carpeta abierta que tiene sobre el escritorio. No hacía nada, no parpadeaba, simplemente movía un bolígrafo entre sus dedos, en una especie de juego inconsciente. Su despacho era bastante oscuro, desordenado y pequeño, y tenía montones de folios dispersos en todas partes. Sonó su teléfono. Era Mandy, su secretaria, una rubia muy blanca con pocos atributos interesantes y llamativos. Le dijo que el jefe lo solicitaba.

Calloway cogió su sombrero, y con mucha parsimonia abrió la puerta y salió del despacho. Caminaba lentamente por el vacío corredor, con las manos entre los bolsillos, pensando en que tontería le diría su inútil superior.

- Calloway piensa: espero que ese gordo no me pida otro de sus maravillosos favores. Ya le he matado a muchos y creo que no es seguro que asesine a otro. Los casos están tomando un aspecto muy extraño y han dejado de parecer simples crímenes callejeros.

Calloway pasa por el lado de Mandy, y se detiene a preguntar por su asistente Roger.

- Calloway: querida Mandy, ¿has visto a Roger? - Le pregunta mirándola fijamente a los ojos, detallándolos, al mismo tiempo que saca un cigarrillo y lo enciende.
- Mandy: ¿A quién oficial? ¿Su asistente? No entiendo..., estoy un poco confundida. Tal vez no me han informado de algún nuevo contrato, pero hasta donde yo recuerdo…

Justo en ese momento el sonido de una puerta contra el marco hizo girar la cabeza de Calloway, y su mirada fija y concentrada paso de la cabellera rubia de Mandy a la calva de su jefe, quien salía con su rostro rechoncho y colorado de su oficina, dejando ver una expresión de furia.

- Inspector Gordon: Pensé que nunca iba a llegar Señor Calloway. Lo necesitaba desde hacía un rato urgentemente. - El rostro de Calloway seguía igual que antes, sin ninguna expresión, totalmente sereno, aspirando y expulsando el humo de su cigarrillo.

Para ser su jefe, el aspecto que tenía era muy desfavorable, desalentador, si se puede llamar así. Su corbata desarreglada y sus pantalones desteñidos disminuían aún más su apariencia poco autoritaria.

- Inspector Gordon: Oficial, pase por favor, que tenemos que hablar de cosas importantes.

Calloway comienza a caminar lentamente, disfrutando lo poco que queda del cigarrillo; al pasar por la puerta, bota la colilla en el tarro de la basura, y detrás suyo entra el inspector, quien cierra la puerta y baja las persianas. Después, luego de sentarse a su escritorio, comienza a hablarle a Calloway, que continúa de pie recostado en una pared.

- Inspector Gordon: Necesito que acepte inmediatamente su retiro.
- Calloway: No pienso hacerlo. - Lo dijo mientras abría y cerraba su encendedor, detallando esta vez que tenía una inscripción marcada en el lado posterior.
- Inspector Gordon: Es una orden, no un favor, señor. Calloway. Los asesinatos ya están pareciendo muy sospechosos. Debemos aprovechar esta oportunidad. Retírese, será mejor. Además, su problema del corazón está empeorando, yo lo sé, y si quiere, le puedo colaborar con algo de dinero. – En ese momento el inspector saca del cajón de su escritorio un fajo de billetes y se los muestra a Calloway, que caminaba tranquilamente de un lado al otro de la habitación. – Por otro lado – continúa hablando el inspector – me informó el psicólogo que en sus últimas revisiones generales ha estado usted presentando signos generales de una posible extraña enfermedad mental, algo así como un desorden emocional o psicológico, y me dijo que habían dos opciones para tratarlo. La primera, que redujera sus horas laborales; o, la que me parece más conveniente, que acate la ley y acepte su jubilación. Así que si quiere, puede firmar en este mismo momento los documentos necesarios para llevar a cabo el proceso. Si no, lo hacemos entonces mañana.

Calloway se detiene, mira el fajo de billetes y luego mira al inspector a la cara. Todo esto lo hace con detenimiento, sin exaltarse, respirando con su ritmo normal, al compás de su agrietado corazón. Luego saca del interior de su gabardina otro cigarrillo, lo enciende y le da una primera calada. Cierra los ojos, lleva la cabeza un poco hacia atrás en signo de placer, exhala, y después, da media vuelta, abre la puerta, sale y cierra con un portazo similar al que había oído cuando su jefe salió.

Mientras caminaba por el pasillo dirigiéndose al ascensor que lo llevaría al primer piso, se imaginaba la cara de asombro, rabia e impotencia de su jefe; sonreía al imaginárselo, de una forma un poco maligna y sarcástica.

- Calloway piensa: ¿Cuánto tiempo más tendré que soportar a ese inepto? Como si creyera que me va a obligar a dejar mi pasión, mi amor, mi trabajo, tentándome con la riqueza de un montón de billetes. Si quisiera ser rico, hace mucho que hubiera hecho algún negocio sucio. Yo lo que quiero es sentirme útil. Además, mi problema del corazón es manejable, yo lo sé, y ese tal psicólogo no sirve para nada. Yo no necesito dinero, necesito acción, sólo acción. Yo no estoy viejo, no estoy enfermo.

Calloway sale del Departamento de Policía y se ve como una pequeña luciérnaga en medio de un vasto y sombrío bosque, pues lo único que se ve es su cigarrillo rodeado completamente por la oscuridad y la lluvia. La inmensidad del edificio reduce increíblemente su estatura. Mientras llega hasta su Volkswagen negro no saca nada para cubrirse. Sólo inclina su cabeza para que el cigarrillo no se le apague. Abre la puerta, sube, prende la radio, suena I´ve got you Under my skin, gira la llave, y el auto se mueve.


II

Al llegar al edificio donde se encuentra ubicado su apartamento, en un tercer piso, deja el carro en el sótano, baja de él, y toma el ascensor. Llega al tercer piso, abre su puerta, entra y saluda secamente a su esposa con un grito que supone llegará hasta su habitación. Extrañamente no oye respuesta. Piensa que ya está dormida. Saca su revólver, se quita la gabardina, la tira en el sofá de la sala. Va al comedor, deja su arma en la mesa, y luego dirige su mirada al mueble de donde en unos cuantos segundos sacará la botella de whisky para servirse un trago. Sin embargo, la botella no está, pero sí está rota la vitrina. Mira el suelo al pie del estante. La botella de whisky y otras cuantas están rotas. Casi tan rápido como su cara toma una expresión de alarma y sospecha, agarra el revólver y se dirige lenta y escurridizamente a su cuarto. Da un salto y apunta con el arma donde supone que está el intruso, pero no encuentra a ninguno. Suelta el arma, ésta cae al piso produciendo un ruido duro y seco, y el oficial Calloway se abalanza hacia su cama con gran expresión de dolor, con lágrimas en los ojos. Queda sollozando arrodillado al lado de su cama. Lanza quejidos y gritos repentinos cuando no soporta la presión del aire dentro de su pecho. A su lado está su esposa, estrangulada, con moretones en el rostro, y con un hilillo de sangre color rojo intenso saliendo de su boca. Calloway sostiene su mano izquierda entre las suyas. Le hace falta la argolla.


Capítulo 3: Eres un tonto

I

Calloway camina en medio de las calles, en medio de la lluvia, en medio de los pocos carros que a esas altas horas de la noche todavía transitan. Su caminar está impregnado de furia, de decisión, de odio. Camina contra el viento, contra su dolor, contra su tristeza y su enfermedad. Su gabardina se levanta, dificultándole el paso. Esta vez se ve aún más insignificante rodeado por tantos rascacielos y por tanta oscuridad. Su cara es ahora más vieja y cansada, más descuidada. Junto con las gotas de lluvia que resbalan por los costados de su nariz y sus mejillas, van también otras gotas, diferentes, más saladas, más pequeñas.

Calloway piensa: Eres un desgraciado, un desgraciado. Te juro que te voy a encontrar, y te voy a matar, te voy a matar con un tiro en la cabeza. Te llevaste a mi esposa, y también a mi Hooney. ¿Por qué, maldito? ¿Por qué las asesinaste? Pero cuando te encuentre no voy a tener compasión, no, no dudaré un segundo en dispararte, te voy a disparar con todo el odio que tengo dentro de mí, y vas a morir, porque te lo mereces, mereces morir.

Entra a un callejón. Es demasiado oscuro para ver algo. Sólo se escuchan gritos, ruidos, alaridos, quejas, preguntas. Ni una sola respuesta. Calloway simplemente quiere saber quién es el asesino, pero nadie le dice nada. Pasado un rato, se le ve sentado en un bote de basura, con señas de haber llorado, pero ahora fuma, con expresión serena, casi feliz. La venganza en él es pura. A su lado se encuentran dos antiguos maleantes que alguna vez arrestó, inconscientes. Ellos no sabían nada.

Al terminar su cigarrillo, Calloway sale del callejón y sigue caminando sin rumbo, guiado por sus pies, y completamente convencido de que esa noche encontrará al asesino. Lo encontrará y lo matará.


II

El oficial llega a un bar. Se sienta en la primera mesa vacía que encuentra, ensimismado, tratando de borrar de su mente los sucesos de las últimas noches y enfoncándose únicamente en el asesino y en los pocos indicios que ha dejado. Levanta la mirada y se sorprende al darse cuenta que su asistente Roger también se encuentra en el lugar. Lo observa y lo saluda con un movimiento de cabeza. Está sentado en una mesa cercana, bebiendo un trago. Llama al mesero, le pide un whisky, y sigue observando a su asistente.

- Calloway piensa: Es un sujeto extraño. Lleva una semana completa trabajando conmigo y todavía no me ha pasado el primer reporte. Sin embargo es buen conversador, inteligente, agradable. Ya veremos cómo sigue con los casos. Por ahora no quiero hablar con él.

Mientras Calloway pensaba y observaba, su asistente encendía un cigarrillo y cruzaba su mirada con la de su jefe. Calloway tomó un trago largo. Sabía disimular muy bien su ira. Luego, miró a su alrededor. Casualmente reconoció a alguien, un antiguo compañero. Se levantó y fue hacia él.

Cuando estuvo cerca, le habló desde atrás, a sus espaldas, y el sujeto se giró extrañado. Apenas le vio, tomó de su vaso, fumó, sonrió y extendió con rapidez y seguridad su mano, que apenas fue estrechada por Calloway. Mientras hacía esto, el sujeto también se levantaba de su asiento y se notaba su gruesa contextura, que sin embargo estaba acompañada por movimientos ligeros y tranquilos.


- Oficial McCarty:
Señor Calloway, es un gusto volver a verlo.
- Oficial Calloway: Lo mismo digo yo, aunque hubiese preferido que las circunstancias fueran diferentes.
- Oficial McCarty: Se nota usted un poco consternado. ¿Algún problema grave?
- Oficial Calloway: Uno grave y doloroso.

A medida que hablaban ambos oficiales fumaban, y McCarty además bebía de su vaso. Se veían envueltos en un ambiente confuso, indeterminado, donde sus voces quedaban resonando entre largos espacios de silencio, donde sus rostros se entremezclaban con el humo que exhalaban, donde el murmullo del resto de personas era ya casi insoportable y estaba tomando poco a poco el lugar que normalmente ocupa el silencio en la conciencia.

McCarty fuma y dice: puede usted contarme con toda tranquilida.

- Calloway: muchas gracias por su disponibilidad – Da una fumada a su cigarrillo- La verdad no me esperaba menos de usted después de tantos años trabajando juntos. Espero que esté disfrutando de su jubilación, aunque en estos momentos no tengo intenciones de profundizar en ese tema. Lo que me mueve a entablar conversación con usted es una tragedia personal que posiblemente se convierta en un gran problema.

Calloway, luego de inhalar un poco del humo de su cigarrillo, sigue hablando. 
 
-Recientemente han habido dos asesinatos con características muy similares. El último de ellos fue hace dos días en un bar cercano; asesinaron a una cantante – Calloway se lleva la mano al pecho con expresión de dolor disimulado – a una bella cantante. Ahora, la pregunta que quiero hacerle – Calloway siempre manteniendo su voz serena, gruesa y profunda – es: ¿ha escuchado usted rumores de algún nuevo asesino? Me imagino que seguramente usted tendrá más acceso a ese tipo de información debido a que ya no pertenece al cuerpo de policía, o ¿me equivoco? – McCarty hizo un leve gesto de afirmación y siguió mirando fijamente a Calloway – Además, yo sé que tiene usted contactos en el bajo mundo. Necesito saber si usted ha escuchado algo.


McCarty, fumando, responde: 

- Calloway, lamento decirle que sé muy pocas cosas. Yo también escuché de esos dos asesinatos. A propósito, lamento mucho lo de su esposa, estoy al tanto. – Calloway se puso serio, rígido – La única información que tengo es que de ambos lugares de los asesinatos se vio salir a un hombre bajo, de bufanda y saco, con bigote, muy cauteloso – Calloway se extrañó y dijo: qué raro, yo mismo investigué y entrevisté a muchos, y ninguno me dijo nada parecido - McCarty sonríe sarcásticamente, y dice: Calloway, por favor, ¿cómo cree usted que va a obtener este tipo de información? Eso sólo lo saben algunas desgraciadas ratas de alcantarilla. Con gran esfuerzo lo sé yo.

Calloway se le queda mirando fijamente unos segundos, imaginando lo que hará con esa nueva información.


- Calloway: Muchas gracias, McCarty, con eso ya puedo hacer algo- y ambos oficiales se estrechan la mano.

Calloway tira su cigarrillo al suelo, da media vuelta, y se dirige a la puerta. Cuando está a punto de salir, mira a su lado derecho y observa a Roger. Su asistente sigue bebiendo, sigue observándolo, y sigue sin pronunciar ninguna palabra.

- Calloway: Roger, acompáñeme; necesito su ayuda para esta investigación - Roger ni habló ni se paró, bebió una vez más y fumó de su cigarrillo.

Calloway, entre desesperado y orgulloso, salió sin decir una palabra más.


III

Inmediatamente se dirigió al edificio del Cuerpo de Policías, preguntó por su jefe, y le dijeron que no estaba. Decidió entonces entrar al despacho del Inspector Gordon sin autorización para revisar los historiales criminales. Estaba desesperado por encontrar al asesino, y no le importaba lo que su “jefe” le pudiera decir o hacer. Entró desobedeciendo a Mandy luego de haberle arrebatado la llave del despacho, que estaba sobre el escritorio; una vez adentro, cerró la puerta con seguro, bajó las persianas, y se acercó al estante donde estaban archivados todos los casos. Necesitaba encontrar algún criminal con las características que le había dicho McCarty, y no pensaba abandonar el despacho sin ninguna pista. “Si es necesario, me quedo la noche entera”, pensó. Inició su búsqueda y abrió el primer cajón. Empezó a revisar carpeta por carpeta, nombre por nombre, caso por caso.

Después de horas infructuosas, Calloway se sentó en la silla de su jefe con expresión aburrida e impotente. De un momento a otro le dio un puñetazo a la mesa y empezó a tirar todo lo que había sobre ella, papeles, lápices, bolígrafos, carpetas, teléfono, etc.Terminado esto comenzó a sacar cada uno de los cajones y a tirar con ira su contenido al suelo. No aguantaba más, estaba desesperado, profería gritos y daba manotazos. Prefería morir a seguir viviendo con la idea de que el asesino estuviera libre.

Sin embargo, en el último cajón que abrió, estando ya más calmado y con un llanto espasmódico, encontró lo que menos esperaba encontrarse. “Creía que el asesino se la había llevado”, pensó, mientras tomaba entre sus dedos la argolla de matrimonio de su esposa y la miraba nostálgicamente. “Y estoy en lo correcto, el asesino la robó”, pensó. Calloway salió del despacho sin apagar la luz siquiera y se dirigió a abordar su auto para ir al apartamento de su jefe, de su próximo difunto jefe.


Capítulo 4: Dulce Hooney

I

Como todas las noches, Calloway está sentado observando a la pelirroja que es capaz de deshacerlo enteramente en un instante. Fuma y escucha Dream a Little Dream of Me. Han pasado pocos días desde el asesinato de su esposa. Pocas personas saben al respecto, y no quiere que la noticia se riegue. Tiene unos cuantos enemigos que se alegrarían al saberlo.

Su cara está pálida y cansada, tal vez mucho más que en ocasiones anteriores. Apenas termina la canción, el grupo toma un pequeño descanso, y Calloway aprovecha para ir a conversar con Hooney. Atraviesa rápidamente el bar y entra con cuidado en el pasillo de camerinos. Nunca había estado por allí, así que saca otro cigarrillo mientras lee el letrero de cada puerta buscando el nombre de la cantante. Sus ojos leen Filippo, Danny, Charles, Edward, y por fin, Hooney, en letras doradas. Entra sin llamar y encuentra a la bella chica maquillándose frente al espejo, con un lapiz labial rojo intenso. Ella se da vuelta y se endereza, sorprendida. 


- Hooney: Oficial, usted bien sabe que no puede estar por aquí, si nos llegan a encontrar vamos a…- Sus palabras se apagan dentro de la respiración agitada de la boca de Calloway. En un principio, Hooney no lo hace como es debido, sino que tensa los labios y tiene intenciones como de apartar el rostro. Pero tras unos segundos, se relaja y participa del movimiento rítmico que proporcionan las lenguas entrelazadas y los inquietos labios.

- Hooney: Pensé que nunca se atrevería- dijo Hooney, al terminar el beso
- Oficial Calloway: Yo pensaba lo mismo

En ese instante llamaron a la puerta. Hooney ya debía salir a cantar. Calloway, sin ningún miedo ni pena, abrió la puerta y empezó a caminar por el pasillo de regreso a su mesa, sin importarle si alguno de los integrantes del grupo lo veía. Detrás de él iba Hooney, algo sonrojada y diciéndole a Filippo que después le explicaba. Antes de salir del pasillo de camerinos, Calloway da media vuelta y le dice a Hooney -Te espero afuera cuando termines. Hooney, entre feliz y apenada, muestra una disimulada sonrisa al tiempo que afirma con la cabeza. Calloway se sienta y le pide a un mesero un trago, y Hooney se sube al escenario a cantar God bless the child.

Al terminar la presentación del grupo, Calloway espera afuera del bar a Hooney, fumando y observando las calles. Finalmente, cuando habían pasado alrededor de veinte minutos, sale el grupo completo de jazz. Calloway le sonríe a Hooney, quien va con su vestido habitual y además con un abrigo. Ambos montan en el carro negro de Calloway, y mientras Hooney enciende la radio y comienza a escucharse Goodbye Porkpie hat, Calloway enciende el carro y oye el rugir del motor. Van a su apartamento.


II

Cuando ya están en el tercer piso del edificio, Calloway busca la llave de su apartamento. Aunque la mantiene siempre en el bolsillo derecho, esta vez no está ahí, y se empieza a desesperar mientras la busca. Repentinamente Hooney lo toma por sus hombros, lo voltea y lo besa, apoyándolo contra la puerta, y ella apoyándose en él.

El beso es intenso y largo, y el extenso y rojo cabello de Hooney cubre parte del rostro de Calloway. Un momento después, Calloway retira su cabeza del lazo amoroso para dirigir su mirada a la puerta, en donde inserta rápidamente la llave recién encontrada, abre, y ambos entran totalmente concentrados en los labios del otro. La puerta se cierra con estrépito, y el corredor queda vacío y en silencio.

Al despertar, Calloway se encuentra sólo en su cama. Aún siente en su habitación el dulce y suave aroma de Hooney, pero ve que ni ella ni nada de ella están en su apartamento. Se ha ido, tal vez más pronto de lo que él hubiese deseado. Es más, en estos momentos, Calloway siente que su deseo por Hooney es infinito, y que hubiera sido capaz de renunciar a su amada labor para dedicarse completamente a ella.

Luego de cerrar sus ojos por unos instantes para recordar a la chica pelirroja, Calloway se levanta, prende la radio, se comienza a afeitar, y al terminar se coloca su sombrero y su gabardina y toma su revólver. Sale del apartamento para dirigirse al edificio del cuerpo de policías.



III

En la noche, Calloway va de nuevo al bar. Es una noche fría y muy nublada. Llueve fuertemente. Una vez ha entrado en el bar, se sienta en la misma mesa de siempre. Pide un vaso con whisky y fija su mirada en el escenario, donde el grupo de jazz está a punto de iniciar una canción. Hooney comienza a cantar, y Calloway a perderse entre sus versos.

A medida que la canción avanza, el oficial va alejándose cada vez más de la realidad y va adentrándose profundamente en sí mismo. Pareciera que ni siquiera respira, y lo único que se nota que mueve son sus ojos, de un blanco intenso, con delgadas nervaduras rojas, que desplaza rítmicamente a la par con el movimiento de Hooney en el escenario. A su vez, ella detiene constantemente su mirada en él, moviendo claramente sus rojos labios para que él pueda detallar cuánto lo desean.

Al terminar la canción, Hooney baja lentamente de la tarima, se acerca a Calloway, se agacha y le da un profundo beso. Después se aleja hacia el pasillo de los camerinos, no sin antes darse vuelta para enviarle a Calloway un beso con la mano y luego desaparecer en la oscuridad del corredor.

Después de unos cuantos minutos de descanso, el grupo decide iniciar de nuevo su actuación. Sin embargo, Hooney aún no ha vuelto. Es muy raro, ella nunca se retrasa. Calloway se da cuenta desde su asiento de la agitación que se vive en el escenario. Se percata que es producida por el retraso de su bella pelirroja. Sin avisar a sus amigos del grupo, se levanta sigilosamente y se desplaza hacia el camerino de Hooney. “Que extraño”, piensa, cuando nadie le abre después de tocar varias veces la puerta. Decide entonces forzar la puerta. Se aleja de ella un poco, y sin dudar ni un segundo la abre de un fuerte empujón.

En el interior todo está oscuro. Enciende el interruptor. “Maldita sea”, murmura, mientras se acerca lentamente al cuerpo de Hooney, quien aún tiene sus ojos abiertos, y su garganta envuelta en una toalla. “Maldita sea”, murmura de nuevo, antes de tirar su sombrero, y antes de que se observe en su mejilla una pequeña lágrima. “Me las vas a pagar”, es lo último que dice antes de recostarse en una pared mientras enciende un cigarrillo.

 

Capítulo 5: ¿Roger?

Calloway se ve tenso frente al volante. Lleva su cigarrillo fuertemente agarrado entre los dientes. Va a gran velocidad y se ve como su auto da saltos y resbala sobre el asfalto mojado. Las plumillas hacen su trabajo con eficiencia, y le despejan al oficial su campo de visión. Las dos luces delanteras, junto con los postes de alumbrado público, son las únicas fuentes de luz presentes a esa hora en las calles, y son como puntos diminutos en comparación con la absorbente oscuridad reinante.

Repentina y bruscamente Calloway gira a la derecha, y pasados unos metros presiona a fondo el freno produciendo un fuerte estremecimiento tanto en su cuerpo como en el auto. A diferencia de su comportamiento durante el recorrido, sale del auto lenta y tranquilamente. Cierra la puerta con fuerza, prende un cigarrillo y comienza a caminar cubriéndose un poco de la lluvia con su gabardina.

El edificio al que ha llegado es realmente imponente. Lo mira con cierto odio y resentimiento. Cuando se dispone a entrar se percata que alguien está recostado en la pared, con la cabeza baja, y con su sombrero cubriéndose buena parte del rostro. Calloway lo reconoce inmediatamente.

- Oficial Calloway: Me alegra que haya decidido venir, Roger. Sin embargo, ¿cómo supo usted que yo venía para aca?
- Roger: Eso no importa oficial. Mejor apurémonos, no sea que encontremos a ese desgraciado dormido y toque liquidarlo de forma rápida e indolora.

Calloway asintió, tiró el cigarrillo y lo pisó con fuerza. “Tiene razón Roger”, pensó. Ambos entraron caminando tranquilamente. Estando ya frente a la puerta del apartamento de su jefe, Calloway tocó. Nadie abrió. Tocó de nuevo. La misma respuesta. Sin pronunciar ninguna palabra sacó su revolver y disparó a la cerradura de la puerta. Extendió su mano y la impulsó hacia adentro. Todo estaba oscuro. Ambos policías entraron, y apenas habían cruzado el umbral una luz débil se encendió y vieron la figura de su jefe sentado. Tenía un vaso con whisky en la mano, y una sonrisa cruel en la cara.

Inspector Gordon: Lo estaba esperando, Señor Calloway – Miraba al oficial fijamente como si no notara la presencia de Roger – Nunca dudé ni un segundo de su capacidad y habilidad como inspector. Sabía que me encontraría.

- Oficial Calloway: Qué bueno, porque entonces supongo que también sabe que en unos instantes va a morir. – El inspector Gordon suelta una carcajada.

- Inspector Gordon: Que cómico es usted Calloway, bastante iluso. Tanto que creía que su esposa le era fiel – Calloway le dirige una mirada extrañada y fulminante – Sí, es lo que usted está pensando. Su esposa lo traicionó. Lo traicionó conmigo. ¿Y por qué? Pues porque usted es un inútil que no sirve para nada en la cama. – Calloway poco a poco iba tornando más tensa su cara, apretando los dientes, estrechando más sus cejas, llenando de furia sus ojos, acercando su mano al revólver envainado.

El inspector Gordon seguía hablando – Y en cuanto a Hooney, que puedo decir, una belleza incomparable – De vez en cuando tomaba de su vaso – Pero siempre me rechazó, y como no era para mí, entonces tampoco podía ser para usted.

Entonces Calloway con un movimiento rápido sacó su revólver con la mano derecha, apuntando a su jefe, mientras con la izquierda se tomaba el pecho. Miró por un instante a Roger, un poco alejado de su lado, quien miraba al inspector fijamente con las manos entre los bolsillos, sin tener intenciones evidentes de hacer algo.

“Maldito”, dijo Calloway, cuando de nuevo miró a su jefe. “Te voy a matar”. “No serías capaz”, respondió el inspector Gordon. “Sabes que te meterías en un gran…” las palabras del inspector fueron detenidas por el disparo y por el grito de Calloway, al cual le siguió inmediatamente su derrumbamiento. El inspector Gordon murió inmediatamente por el disparo en la cabeza, y Calloway, por su parte, cayó en el suelo con sus dos manos sobre el pecho, y de su gabardina salió rodando un frasco con pastas que se regó completamente. “Maldito corazón mío”, pensó, mientras extendía su brazo tratando de alcanzar alguna de las pastillas. “Roger, pásame rápido una”, le pidió a su asistente al ver que no las alcanzaba. “Roger, rápido, por favor… ¿Roger?” Roger no se movía, se había sentado y lo miraba tranquilamente sin hacer ningún movimiento para ayudarlo. “Maldita sea Roger, de manera que sí estoy enfermo. Con que es verdad que no existes”, murmuró, mientras recibía un pinchazo fulminante en el pecho.

En ese preciso instante, el grupo de jazz del bar estaba tocando Autumn Leaves. “Que mala suerte tengo”, pensó Calloway, antes de morir.


 

 

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