El nombre del silencio

Era un viernes. No, era sábado. Sábado 26 de noviembre de 2011.

Estoy seguro que una de las razones por las que escribo esto es para tratar de sacármelo de la cabeza, aunque no estoy completamente convencido de si quiero eso. Por lo menos, va a quedar guardado en un lugar menos volátil que mi memoria.

Me levanté, como a las 8. Ya no recuerdo a qué horas salía mi vuelo. Posiblemente a las 10 y media, o algo así. Ya tenía la maleta lista, solo me faltaba imprimir el boleto, o el pasaje virtual, no sé qué nombre recibe. Viajaba hacia Cali. ¿Por qué hacia Cali? Porque se dio la coincidencia de que los vuelos estaban más baratos hacia allá que hacia Pereira, y como el boleto era un regalo que me estaban haciendo, pues no dudé en responder que no había problema en ir a Cali en vez de Pereira, con tal de ahorrarle algo de dinero a mi tía, quien era la que me lo estaba comprando. Bueno, y ¿coincidencia con qué? Coincidencia con una reunión de la Sociedad Colombiana de Ortopedia Maxilar a la cual asistía mi papá y que se estaba llevando a cabo en dicha ciudad.

A mi parecer todo estaba bastante bien. Iba a estar un día en otra ciudad, casi que de paseo, seguramente con mi tío, en su apartamento, un lugar bastante cómodo y agradable, y luego me iba a encontrar con mi papá para regresar juntos a Pereira.

Llegué a Cali como a medio día. Hasta donde me acuerdo no hubo contratiempos en el vuelo. Cuando salí del aeropuerto, mi tío me estaba esperando, subimos al carro, charlamos un poco, de esto, de aquello, de mis estudios, mi novia, yo le preguntaba a él cosas de mi primo, en fin, de una gran variedad de temas.

Con el paso del tiempo he aprendido a tener la mínima capacidad de conversación que mi familia exige, solo por tratar de ofrecerles un momento agradable, y no que se estrellen con alguien sumamente callado y ensimismado.

Cuando llegamos a su apartamento, tenía un par de invitados. Una señora, que sin ser extremadamente mayor su aspecto demostraba lo contrario, algo baja de estatura, con su cabello medio negro y medio gris, y un hombre que ya en los primeros instantes pude darme cuenta que tenía algún tipo de tendencia homosexual (simplemente lo noté, no tengo nada en contra o a favor de ello).

Ambas personas eran bastante amables, y el almuerzo se desarrolló en medio de comentarios graciosos, preguntas acerca de la vida del hombre en Francia, de sus expectativas acá en Colombia y las modificaciones que le estaba haciendo al apartamento que había comprado en ese conjunto, La señora por su parte hablaba de negocios y trámites, porque si no estoy mal, era la contadora de mi tío, entonces le comentaba de cómo tenía que hacer tal vuelta, aquella, qué papeles hacían falta, cuánta plata era necesaria, y cosas por ese estilo. Yo de vez en cuando comentaba algo, preguntaba alguna nimiedad, me sorprendía con alguna afirmación, simulaba desconocer alguna información, y logré terminar sin problemas el almuerzo y la conversación.

Al finalizar el almuerzo los invitados se fueron, mi tío salió con ellos a despedirlos, y yo me entré a su cuarto a descansar y a aprovechar la magnífica imagen que ofrece su televisor como de 40 pulgadas, LCD, y con Direct TV. Comencé a pasar canales, veía un rato uno, me aburría, pasaba al siguiente, seguía viendo ese un rato, luego pasaba de nuevo, y así estuve como una hora.

Me acuerdo que vi ese programa llamado "Mil formas de morir", el cual instruye bastante bien acerca de las estupideces que no es buena idea hacer, y luego de quedar sorprendido por lo visto en el programa, llegó mi tío y me propuso ver una película.

Un rato después estábamos viendo una película de miedo que ya ni me acuerdo como se llama, pero era de un grupo de jóvenes que se iban de paseo a una casa de campo en un pueblo de Estados Unidos. La casa la habían comprado por un precio relativamente bajo, con muebles y demás cosas, y una de las parejas pensaba instalarse definitivamente allí, así que sus amigos fueron a ayudarles a ordenar su nuevo hogar y hacer algunas reparaciones. Bueno, como casi todas las películas gringas de jóvenes, hubo fiesta, alcohol, sexo, desorden, y cosas por el estilo. Lo que no sabían ellos era que en esa finca estaba enterrado una especie de monstruo, el cual iba a salir de la tierra para asesinarlos mientras cocinaban, tenían sexo, estaban manejando, o durante cualquier actividad casera.

Si, si, ya se, muy mala la película.

Luego de eso, dije, bueno, vamos ahora a ver ahora si una buena película, entonces puse Thor. Pero la suerte no estaba conmingo ese día, ni en los días que vendrían, y ahora, ya ni me importa mi maldita suerte. Pero resulta que en ese momento no lo sabía, y con muchas ilusiones comencé a ver Thor, con mi tío, claro está. 25 minutos más tarde estábamos ambos dormidos. Si, me dormía, me despertaba, y por eso me acuerdo a medias de la historia, tengo huecos en la cabeza, y de los pedazos que me acuerdo no me gusta la trama, porque fue muy obvia y sencilla, simplemente Thor baja a la Tierra y lucha contra los enemigos de su planeta, pierde a medias, y luego con la fuerza de su corazón los derrota y salva a la humanidad.

Cuando se acabó la película, sirvieron la comida, yo comí dentro del cuarto para poder seguir viendo televisión, estaban dando las noticias, y mi tío se quedó sin comer. Recuerdo que en esa emisión dieron la lamentable noticia del asesinato de unos secuestrados por parte de las FARC, dentro de los cuales se encontraba el militar que nunca había conocido a su hijo, el cual ya tenía como 11 años y había realizado marchas y reuniones buscando la liberación de su padre y del resto de secuestrados

Salí con mi tío a recoger a mi papá. Se encontraba en un congreso de ortopedia maxilar, en un centro comercial de Cali. Llegamos al lugar indicado, pero no había nadie, al parecer el evento ya había terminado. Decidí entonces llamarlo, para saber donde estaba. No me contestaba. Comenzamos a buscarlo por el centro comercial, tal vez lo encontrábamos por ahí, sentado con sus compañeros.

Pasaron unos 10 minutos de caminata, y contestó por fin al celular. En ese momento se encontraba saliendo del baño, en la plazoleta de comidas. Justo pasábamos por ese lugar en ese momento, así que por fin lo vi, saliendo del baño, levanté mi mano, y él me vio. Nos acercamos el uno al otro, me abrazó, y me llevó a la mesa donde estaban comiendo algo junto con el grupo de estudio de ortopedia maxilar.

Yo no sabía que mi papá hacía parte de un grupo de estudio, y menos que él lo había formado. Tiempo después me enteré que el grupo llevaba ya funcionando bastante tiempo, más de un año, e incluso mi papá había comprado videobeam para hacer sus reuniones y poder proyectar las presentaciones, y también había comprado un dispositivo para poder pasar las diapositivas a distancia. Eso me sorprendió mucho, porque a él le daba miedo hablar en público, hasta había ido a un curso de eso con mi mamá, años atrás.

Cuando llegamos a la mesa, me presentó a sus compañeros, y les dijo "mi hijo, cinturón negro en karate". No se por qué dijo eso. A él no le gustaba mucho que yo practicara karate, pero en esa ocasión lo dijo con orgullo, con tanto orgullo que dijo lo que no era. En ese momento era tercer kyu (cinturón marrón, a tres niveles de primer Dan, Shodan, es decir, cinturón negro).

Luego le dije que si me podía comprar un Nestea, y me acompañó a una tienda a comprarlo.

Luego de comprar el Nestea la verdad no recuerdo bien si regresamos con mi papá a la casa de mi tío, o si salimos directamente a Pereira desde el centro comercial.

Lo que sí recuerdo bien es que íbamos en una buseta pequeña, un microbús, como los de colegio, acompañados de varios de los compañeros de mi papá. Salimos como a las 9 de la noche de Cali, y llegamos a Pereira como a la 1 de la mañana. En ningún momento del trayecto hablamos de la operación.

En el camino hablamos, charlamos, contamos chistes, o al menos mi papá me contó unos a mi y yo unos a él; íbamos escuchando música, algunos se fueron quedando dormidos, y entre ellos él. Con el movimiento del carro, mi papá se movía de un lado a otro, con altas probabilidades de recostarse sobre mi. Y he ahí uno de los gestos que más desprecio haber realizado. En un momento del trayecto, mi papá, dormido, casi que se recuesta totalmente en mi hombro. Yo también iba algo dormido, pero me alcancé a dar cuenta, y lo detuve, lo retiré, como cuando alguien en un bus se está quedando dormido sobre tu hombro y lo retiras bruscamente. Algo así fue, y él se despertó, un poco asustado, creo que me miró, y siguió durmiendo. Me hubiera gustado dejarlo recostar sobre mi hombro.

A la 1 de la mañana, luego de dejar a varios de sus compañeros en el camino (creo), llegamos al sitio de destino en Pereira, donde nos teníamos que bajar. Nos bajamos, la buseta arrancó nuevamente, y se fue. El clima era fresco, como casi siempre en mi ciudad, un aire frío refrescante inundaba la madrugada. No me acuerdo si llamamos a mi mamá, o ella ya sabía que habíamos llegado, pero el caso fue que a los pocos instantes ella llegó en su carro (en esos tiempos mis papás tenían cada uno un auto, un Renault Twingo, el de mi papá gris, modelo 2003 -recuerdo muy bien el día que me subí por primera vez a ese carro-, y el de mi mamá blanco, con el logo de Saludcoop).

A uno nunca le explican que todos esos momentos que parecen tan simples y sencillos, son los que después va a recordar con tanto cariño y deseo. Igual, tal vez si se los explicaran, no lo entendería, porque uno está en ellos, no fuera de ellos.

Con esa reunión tan inesperada, la madrugada de un domingo, en una calle de Pereira, me reunía con mis papás por última vez luego de regresar de mis meses de estudio en Bogotá.

Al día siguiente, domingo, creo que permanecimos todo el día en el apartamento. Ese día también ocurrieron sucesos que si pudiera, cambiaría.

En ese entonces mi papá estaba terminando un libro acerca de ortopedia maxilar. Ortopedia Maxilar Integral se llama, un texto que resumía una gran cantidad de casos que él había tratado exitosamente. a lo largo de casi 20 años. Creo que estaba finiquitando detalles de la portada, porque me preguntó cómo arreglaba algo de una imagen. Él usaba un minicomputador, de esos que fueron tan populares hace unos años aproximadamente, y que no me gustaban por el simple hecho de que mis manos prácticamente no cabían de manera simultánea en el teclado. Tal ordenador me lo habían regalado en la universidad, como reconocimiento a mi rendimiento académico. El destino de ese equipo fue totalmente inesperado: nos lo robaron en una ocasión que estafaron a mi hermano, quien entregó algunas cosas preciadas.

Papá necesitaba que le ayudara a modificar algo en la imagen, y yo, como raro, ocupado siempre en cosas "más importantes" y estudiando temas de más que nunca apliqué, le ayudé de mala gana. ¿Por qué rayos hice eso? Obviamente ahora, con el poder de la distancia en el tiempo, puedo reconocer fácilmente mis errores, como le ocurre a todos los humanos.

Ese día también intenté usar una cámara fotográfica analógica que había comprado hacía poco, pero que aún no dominaba completamente. Intenté probar un rollo nuevo, y para eso apunté hacia mi papá, que estaba sentado a la cabecera de la mesa del comedor trabajando en el computador, y disparé la cámara. Lo hice en dos ocasiones, nada más. Hubieran sido las últimas fotos de mi papá. Pero no fueron, porque había puesto mal el rollo, y se dañó completamente cuando lo mandé a revelar.

De ese día domingo 27 de noviembre de 2011 no recuerdo nada más, lastimosamente. Creo no debí dejar pasar tanto tiempo para escribir esto, pero es que antes no pude haberlo hecho. Apenas en estos momentos, casi cinco años después, estoy logrando escribir de una manera clara sin que los pensamientos y recuerdos se abarroten en la puerta de mi mente.

Del lunes 28 de noviembre recuerdo muy bien dos hechos específicos: en la tarde llegó mi papá al apartamento acompañado de un señor que iba a realizar algún tipo de arreglo, que ya no recuerdo qué era. Y en la noche se hizo una misa a su nombre, organizada por mis tías creo, para pedir por el éxito en la operación, a la cual asistimos muchas personas, primos, tíos, mi mamá, mi hermano. Todos fueron, menos mi papá, quien llegó tarde. No sé si de verdad estaba ocupado o simplemente no le gustaba la idea de estar en esa misa. Si la hubieran hecho en mi nombre, por lo menos a mi no me hubiera gustado estar presente.

También recuerdo que esa noche, después de la misa si no estoy mal, fuimos a algún centro médico a recoger los resultados de unos exámenes que le habían hecho. Luego llegamos al apartamento, y él pasó su última noche allí, y todos nosotros pasamos nuestra última noche como familia.

La operación de corazón abierto fue el martes 30 de noviembre de 2011. Yo había llegado a Pereira dos días antes, había finalizado octavo semestre de ingeniería en mecatrónica, y acababa de comenzar mi trabajo de grado.

Mi papá salio con mi mamá rumbo a la clínica muy temprano en la mañana, como a las seis. No recuerdo a qué horas era la cirugía, supongo que a las 9 o algo así. Pero sí recuerdo que mi mamá, antes de salir del apartamento con él, entró a mi cuarto y me preguntó que si quería despedirme. Yo, medio dormido, me levanté, salí del cuarto y lo abracé. Estábamos parados en un rincón de la sala, frente a mi puerta. Creo que le dije "que te vaya bien", o algo así, aunque pocas veces lo tuteaba, y él me respondió, si no me falla la memoria, "te quiero" o "te amo". Así sin más, me devolví a mi cuarto a seguir durmiendo, tranquilo y confiado en que saldría bien, como la mayoría de las situaciones en mi vida.

Porque en realidad nunca me preocupé por esa cirugía, mi hermano tampoco, y mamá, al menos, no lo demostraba frente a nosotros. Tal vez el único que sabía la magnitud del asunto era mi papá, el más sensato y a veces paranoico de nosotros. Y aún así, nunca demostró su miedo. Por ese desde entonces, me digo a mi mismo en ciertas ocasiones, "¿voy a tener miedo por esto?, ¿de verdad me voy a permitir sentir miedo?" Pocas veces lo experimento de verdad, pensando en que mi papá salió ese día del apartamento a enfrentar la muerte directamente y nunca expresó su temor.
La operación salió bien, al parecer. Creo que mi mamá la vio toda, aunque no le he vuelto a preguntar si de verdad pasó así, o si me estoy inventando esto.

Cuando mi papá llego el martes en la mañana a la clínica, lo estaban esperando mis tías y mi abuelo. Espero que eso haya sido gratificante para él, ya que ni mi hermano ni yo lo acompañamos, ¿por qué? porque no le dábamos importancia al asunto, queríamos convencernos de que era algo sencillo, que no valía la pena ir porque simplemente nada podía salir mal, y de alguna manera se lo dimos a entender a él, porque tampoco nos exigió que lo acompañáramos. Aunque creo que hubiera sido mejor ir. Por eso no es de extrañar que mi abuelito nos haya llamado luego a preguntarnos por qué no habíamos ido, y en cierta forma, a jalarnos las orejas.

Esa tarde lo ingresaron a la UCI, Unidad de Cuidados Intensivos, como era de esperarse, mientras recuperaba fuerzas para ser trasladado a una habitación. Mi mamá se mantuvo gran parte del tiempo con él, aprovechando además que en ese entonces trabaja en esa clínica. Yo fui a verlo el miércoles en la tarde, cuando me dijeron que estaba un poco mejor. Entré a su habitación, estaba con su bata y con el pecho descubierto dejando ver la extensión del corte que le habían hecho y que le bajaba más o menos desde la clavícula hasta la boca del estómago, todo cubierto como por cinta. Estaba un poco hinchado, sudando un poco, y conectado a varios dispositivos médicos. Me pidió que le dijera el comportamiento de algunas de las señales que registraban esos aparatos, para asegurarse que estaba bien. Siempre tuvo bastantes conocimientos de medicina, aunque era odontólogo. Mi mamá dice que es porque en la época de ellos les enseñaban muchas cosas, más que a los odontólogos de ahora.

Luego de unos cinco minutos como mucho me despedí de él con un beso en la frente, y le dije que lo visitaría luego. Él me preguntó por mi mamá, y yo le dije que la llamaría para que fuera a verlo. Salí de la habitación, y nunca más volví a hablar con él.

El jueves 1 de diciembre de 2011 sucedieron muchas cosas. En la mañana, recuerdo que mi mamá me llamó. Yo tenía el celular cargando en mi cuarto, en el suelo. Contesté, y mi mamá me dijo que mi papá estaba delicado. Yo recibí la noticia con tranquilidad, porque estaba absolutamente seguro que todo saldría bien. Me dijo que fuera a la clínica en la tarde, o en la noche, no recuerdo, y yo le dije que claro que iría, pero que primero quería ir a una presentación de ballet de mi prima Dora Magola, que era como a las cinco de la tarde en el teatro del Museo de Arte Moderno de Pereira.

Creo que ese día no almorzamos juntos con mi mamá y mi hermano, y en la tarde me fui a la librería Panamericana del centro comercial Pereira Plaza a comprarle a mi novia de ese entonces, Vanessa, una agenda que quería desde hacía rato. Luego de eso me fui a la presentación de ballet.

Increíble todas las cosas que uno hace sin saber lo que le espera. Yo vivía mi vida normalmente, ejecutaba mis planes como los tenía en mente, y trataba de mantener las preocupaciones alejadas. Creo que hubiera podido aplazar algunas de esas actividades para poder irme a la clínica más temprano.

La presentación no fue lo que me esperaba. No lo digo por el desempeño de mi prima, quien baila muy bien, sino porque mi tío se comportó de una manera grosera conmigo durante la presentación por el hecho de que a la cámara que yo llevaba se le acabó el espacio de almacenamiento y no pude grabar todo el baile. Creo que es típico en él mostrar ese tipo de reacciones excesivas por detalles insignificantes, y ese tipo de actitud es la que, creo, le ha causado algunos problemas durante su vida. Problemas más bien grandes, distanciamiento con personas, finalización de relaciones. Pero al parecer el paso del tiempo lo ha ido cambiando, para bien.

Luego se terminó la presentación, le di a mi prima a y mi mismo el gusto de acompañarla, y después Luz Elena, la pareja de mi tío, me llevó al apartamento. Yo salí de allí mismo hacia la clínica. Solo, mi hermano no quiso ir en ese momento. Él llegaría más tarde.
Recuerdo cuando llegué a la clínica y me bajé del taxi. Lo recuerdo como un momento desagradable, y desde esa noche nunca más he visitado ese lugar, y si puedo, nunca lo haré. Eran alrededor de las siete y media de la noche, subí hasta el piso de la UCI, y allí estaba mi mamá, sentada, me parece recordar que rezando. Creo que la acompañaba alguna de sus colegas de trabajo.

Yo me senté a su lado, y esperamos. Yo esperaba, y ella rezaba. Ya para esa época mi relación con la religión católica, que es la única que conozco, pendía de un hilo, y esa madrugada el hilo se rompió, y no me interesa coserlo.

Como a las diez de a noche salió un médico a decirle a mi mamá que mi papá estaba agravándose. No recuerdo si ella entró a verlo. Luego de eso seguimos esperando. Tampoco recuerdo si mi hermano ya había llegado, o si en ese momento lo llamamos para que fuera a la clínica.

Luego de eso, solo recuerdo que como a las dos de la mañana del viernes 2 de diciembre salió el médico a decirle a mi mamá que entrara a la UCI. Mi mamá obviamente se preocupó demasiado. Y en ese momento, yo también. Ella temía lo peor, y entró llorando. Luego de un rato, salió una de las enfermeras, supongo que la enfermera jefe, preguntando por por mi y por mi hermano.

Ya en ese momento habían llegado mis tías Amparo y Esperanza, y estaban con nosotros en la sala de espera. Cuando vieron que la enfermera jefe nos llamaba a mi y a mi hermano, ellas dijeron "nosotras somos las hermanas", y entraron con mi hermano y conmigo.

Durante esos pocos segundos de recorrido desde la sala de espera hasta la UCI, la enfermera seguramente nos dijo muchas cosas, pero yo solo recuerdo algo como "intentamos reanimarlo pero no pudimos".

Cuando entramos a la UCI, mi hermano y mis tías venían atrás mio llorando. Mi mamá estaba al lado de la cama de mi papá, también llorando y hablando fuerte, no recuerdo que decía. Mis tías gritaban su nombre y lo abrazaban. Yo únicamente podía mirar. Me sentía en otra realidad.

Luego de eso, sucedieron muchísimas cosas en poco tiempo, que es lo mismo que decir que tuve la impresión de que el tiempo se detuvo. Mi mamá me dijo que llamara a mi tío Sergio, para informarle. Lo hice, sin pensarlo, sin siquiera decirle que no me gustaba la idea, que incluso aún hoy me cuesta decir (y escribir) "mi papá falleció". Mis tías llamaron al resto de la familia, y así la noticia comenzó a esparcirse.

Salimos de la UCI, sacaron a mi papá en la camilla, y lo montaron en una ambulancia, para llevarlo a la funeraria Los Olivos. Todo eso sucedía rápidamente y yo me sentía como en una película, de esas que uno ve a la 1 de la mañana, con lluvia, metido en la cama. Allá en la funeraria elegimos un ataúd, y dijimos que lo íbamos a cremar, igual que a mi abuelita, la mamá de mi papá, unos 8 meses antes.

No sé si fue antes o después de ir a la funeraria que fuimos al apartamento, creo que para sacar la ropa que le íbamos a poner a mi papá. No sé, pero fue terrible llegar al edificio y decirle lo sucedido al portero, y luego comenzar a recibir llamadas, mensajes, todos queriendo saber qué había sucedido, y uno sin querer contarlo.

Ya en la funeraria no había nada que hacer sino esperar que dijeran que estaba listo para llevarlo al horno crematorio. En ese lapso de tiempo comenzaron a llegar familiares, tanto cercanos como esos que solo aparecen en contadas ocasiones, tanto buenas como malas. Todos tristes, apenados, con intenciones de dar ánimos. Algunos con semblante triste, otros llorando. Yo no quería nada, solo que me dejaran solo, pero todo el mundo insistía en hablarme, darme la mano, abrazarme. Lo aprecié, de verdad, pero esos gestos ni me dieron ni me quitaron nada. Ya para esa época era medio solitario, y ese día me torné un poco más.

Cuando nos dijeron que ya todo estaba listo, salimos para el cementerio, donde iba a ser la cremación. ¿Increíble, no? Hacía menos de 12 horas mi papá respiraba, y ya lo íbamos a cremar. Menos mal fue así, porque no pude haber soportado esas ceremonias que duran días y días haciendo visita al ataúd.

Allá al cementerio llegó aún más gente, lo cual me demostró lo apreciado que era mi papá, y lo mucho que me faltó por conocerlo. Porque tenía que tener algo especial para que las personas hubieran ido, de un momento a otro a esa ceremonia, ya que no hubo preparación alguna, no se avisó, no se los llamó, nada, únicamente fueron al ser avisados por el voz a voz. Y pararon sus actividades, interrumpieron sus deberes, y se acercaron un momento a despedirlo. Eso sí me pareció increíble, un gran detalle, porque no era un gesto conmigo, sino con mi papá.
Esa madrugada me percaté como nunca antes de la volatilidad de la vida, de la belleza de los pequeños detalles, de la importancia de los momentos con la familia. También experimenté en carne propia las ironías de la vida, pues mientras pasaba la peor madrugada de mi vida en una funeraria, veía un amanecer hermoso desde las ventanas de la misma.

Hubo un par de hechos que olvidé mencionar en partes anteriores de esta historia. Yo llegué a Cali gracias a mi tía Magola, quien me regaló los pasajes, "por si de pronto pasaba algo durante la cirugía de mi papá", pues mi plan inicial era llegar como a mediados de diciembre.

Por otro lado, el lunes 28 de noviembre, el último día que almorzamos juntos los cuatro, mi papá regañó a mi hermano durante el almuerzo porque llegó al apartamento con un golpe en un ojo. Fue durante el entrenamiento en el gimnasio, donde un muchacho lo había golpeado por error mientras hacían un ejercicio. Pero a mi papá eso no le importaba, no le gustaban los deportes de contacto, y le prohibió a mi hermano ir allá, e incluso fue hasta el gimnasio para indicar que mi hermano no tenía permiso de ir. Yo ya conocía el lugar, no era malo, fue solo un descuido. A la semana siguiente, volví, para expulsar todas las emociones a punta de golpes. Mi hermano tardó un tiempo en volver.

El sábado 3 de diciembre llegó mi abuelita materna desde Bogotá, y nos acompañó durante varios días. Luego llegó mi tío Sergio. Fue la peor navidad de mi vida, y también fue la última. Porque si uno quiere ser correcto, tiene que haber una correspondencia entre lo que piensa, dice y hace, entre lo que predica y aplica. Así que si ese día marcó la muerte de mi papá y de mis débiles creencias religiosas, también debía acabar con todos los demás tipos de vínculos religiosos que la sociedad ha ido transformando poco a poco y que va fusionando con la vida diaria, quitándoles su verdadero sentido. Por eso fue mi última navidad. Por eso, y porque no podía soportar la idea de disfrutar esa época, que tanto me gustaba de pequeño, sin su presencia.

 

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