Ser karateca

Foto de Leslie Jones en Unsplash

Cuando en una conversación entra el tema deportivo, lo primero que piensan es que juego baloncesto, por mi estatura. Entonces les digo que no, que de hecho no me gusta mucho tal deporte y no soy bueno jugándolo, y que en realidad mi actividad física principal actual se debe al karate.
En ese instante piensan que soy una especie de peleador malabarista que trepa paredes como Jackie Chan, o Jet Li. O también pueden pensar que mantengo rompiendo ladrillos, que mis nudillos son indestructibles, y que no le tengo temor a nada, que soy la perfecta compañía en caso de un robo, y que deben tener cuidado conmigo, pues puedo ser alguien muy peligroso. Nada más alejado de la realidad. 
No soy un experto en la historia y la filosofía del karate, pero sí leo e investigo constantemente acerca de éste, de su origen, de su significado y sus aplicaciones. Y si de algo estoy seguro, es que el karate va mucho más allá del fortalecimiento físico, como puede suceder con prácticamente cualquier actividad física que se realice con determinación, disciplina y un sentido profundo que no se limite únicamente a hipertrofiar los músculos o ganar un juego.
He escuchado decir a muchos maestros del karate que éste es diferente para cada quien, que cada uno debe descubrir su propio estilo. Esto es algo que me pareció muy interesante desde el día que lo escuché por vez primera. Es como una búsqueda personal, constante, implacable, que puede durar años, en donde únicamente están presentes tu mente y tu cuerpo, y en donde la primera está aprendiendo a dominar al segundo, bajo todo concepto, en todo momento, contra cualquier obstáculo. No hay dos personas que hagan el mismo karate, que tengan la misma velocidad, realicen de igual manera las posiciones, salten la misma altura o griten de manera exactamente igual. Cada quien debe encontrar su posición, su grito, su salto, encontrarse a gusto consigo mismo.
Comencé a practicar karate cuando ingresé a la Universidad Militar Nueva Granada, en enero de 2008. Siempre había tenido intenciones de hacerlo, pero me había encontrado con dos inconvenientes: en mi ciudad, Pereira, no habían academias, o no eran muy conocidas, cuando vivía allá; y además, a mis papás no les gustaba la idea de enviarme a un sitio “para que me pegaran”. En lugar de eso estuve en clases de tenis, ajedrez, fútbol, natación y hasta baloncesto.
Cuando llegué a la universidad, un ambiente en donde era prácticamente yo quien me imponía las reglas, decidí entrar a la clase de karate. Con un poco de temor, fui al sitio de entrenamiento, un cuarto con espejos en un sótano al lado del gimnasio, y pregunté por el sensei José Noé García. Recuerdo ese instante perfectamente. Fui con un compañero, que también era de Pereira, Daniel Mora, y que por las casualidades de la vida estaba estudiando conmigo la misma carrera en la misma universidad, quien también estaba interesado en la clase de karate. Ese día comenzó mi historia en este arte marcial.
Después de esa tarde vinieron muchos días de entrenamiento, aprendizaje de posiciones, palabras nuevas, sonidos, rutinas, ejercicios dolorosos, la compra del karategui, que es posiblemente una de las más grandes emociones de un alumno nuevo, la presentación de exámenes y la participación en torneos.
Y de manera increíblemente rápida, pasó el tiempo y acabé de estudiar en la universidad. Mi participación en torneos de karate cesó, y ahora lo practico para mí, nada más, no para ganar medallas, fascinar o sorprender a otros, o defenderme de las personas. Más bien para defenderme de mí mismo.
El karate te sirve a ti para muchas cosas, tú eliges para cuál, pero considero que la más importante es encontrar la paz en la relación entre ti y el mundo. Tal cual como dice el Dojo-Kun, practicando karate se busca perfeccionar el carácter. ¿Qué es el carácter? Es cumplir las promesas, por simples que sean, algo prácticamente olvidado hoy en día; es tener fuerza de voluntad, es tener disciplina. Practicar karate es desarrollar la tolerancia, tener paciencia, comprender a las personas, tener valor, tener coraje, pero saber en qué momento parar y rendirse, si está en peligro la vida. Practicar karate es conocer los límites de uno, saber el daño que se puede realizar con un simple golpe, aprender a controlar la fuerza, la ira, el odio, expulsarlos de maneras que no impliquen lastimar a otras personas.
Ser karateka es un continuo camino que no acaba nunca. Se puede ser cinturón negro, 10° Dan, pero aún se siente que hay cosas por conocer y por descubrir. El ser karateka no es únicamente cuando se tiene puesto el karategui y se está entrenando en un Dojo. Se es karateka todo el tiempo, en todo lugar, con cualquier persona, bajo cualquier circunstancia. Porque tú conoces el poder que llevas contigo, el daño que puedes hacer, o el beneficio que puedes lograr. Ser karateka es un estado mental más que físico, es conocer cada vez más el sentido de la vida. La vida es como el kumite, es un lapso de tiempo en el que tienes que luchar, emplear tus fuerzas para salir victorioso, y debes jugar con inteligencia, no solamente con rendimiento físico, debes aprender a conocer a tu oponente, llevar tu ritmo, para no cansarte muy rápido y poder aguantar el tiempo necesario, y tener siempre los brazos arriba.
Finalmente, ser karateka implica ser bondadoso y querer transmitir tu conocimiento a otras personas. El karate-do es un arte marcial que, bien explicado, comprendido y entrenado, forja lazos muy fuertes entre sus practicantes, y se siente como un complemento muy necesario para la vida. El karate no se practica únicamente, también se lee, se observa, se escucha y se siente, y se debe aprender a realizar todas estas acciones con el objetivo de tener una compresión más profunda del mismo.
Ser karateka, en definitiva, es entender la fragilidad y belleza de la vida.
Con un gran agradecimiento, Camilo Hurtado, para el sensei José Noé García Encizo y todos los estudiantes que han pasado por la selección de karate-do de la Universidad Militar Nueva Granada, por haberme permitido iniciar mi andar en el camino del karate-do.

Rei.

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