Un bonito recuerdo
Foto de Laura Fuhrman en Unsplash |
Debía ser el año 1996 o muy cerquita. Mi papá tenía 32 años, ¿puedes creerlo? Yo tengo 27, ya casi lo alcanzo. Recuerdo que él salía de viaje muy seguido, y con mi mamá veíamos televisión hasta muy tarde durante sus ausencias, un programa español que me daba miedo, en TVE; se trataba del reencuentro de personas después de mucho tiempo. Creo que me daba miedo por la música, y porque lo daban de noche. Recuerdo a mi mamá sentada en la cama, en piyama, mirando el televisor.
Ahora que lo pienso, tal vez fue antes, como en 1994, porque no recuerdo a mi hermano. O tal vez si fue en 1996, mi hermano ya estaba, y simplemente no aparece en mis recuerdos. Saber la fecha sería muy fácil, simplemente tendría que preguntarle a mi mamá cuándo se graduó mi papá de la especialización. Pero eso le restaría interés al relato.
Mi papá viajaba muy seguido a Bogotá, como los jueves cada quince días, para estudiar su especialización en ortopedia maxilar, en la Universidad Antonio Nariño, y regresaba los domingos, algo así. Por eso era que frecuentemente hacía experimentos conmigo, probaba sus aparatos, y yo escuchaba como por las noches él se encerraba en un cuartico que quedaba en el patio, y comenzaba a hacer ruidos con maquinitas, mientras pulía los modelos, doblaba alambres y hacía dibujos. Era todo un misterio para mi. A veces yo bajaba a ver qué estaba haciendo, y me mostraba sus planos y trataba de explicarme qué hacía y para qué, y me decía el nombre de los materiales. El olor de los materiales de odontología siempre me hacen recordarlo, así como entrar a su consultorio. Siempre me harán recordarlo a él y a mi mamá.
Lo bonito de lo que recordé es que yo sabía cuándo iba a regresar él; creo que eran los domingos en la madrugada. Él llegaba y yo iba hasta su cama. De noche, a oscuras. Si no estoy mal, viajaba en bus, pues pagar tiquetes de avión tan seguido era muy costoso, por eso llegaba tan tarde (si el viaje ahora tarda como 8 o 10 horas, hace más de 20 años era peor). De alguna manera, yo me despertaba solo, posiblemente porque lo escuchaba llegar, o quizás porque estaba muy emocionado por su llegada.
Sin embargo, algo que sí tengo muy presente, es que siempre me traía algo de regalo. Y el hecho de saber eso me causaba una gran emoción. Podía ser el objeto más simple del mundo. Pero para mi, era el mejor regalo del universo.
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