Un poco de café.

Escrito por: Yuly Vanessa Torres Arévalo

Foto de Nathan Dumlao en Unsplash



Eran las 5:15 pm del día 3 de octubre del 2017. En Bogotá había llovido y la ciudad estaba cubierta por nubes grises dispuestas a seguir dejando caer gotas de agua en la cabeza de cada uno de los ciudadanos que suelen transitar por las caóticas calles de esta ciudad.

En Paris ya era de noche, por lo que puedo imaginar que muchos franceses y turistas estarían durmiendo; sin embargo esto son sólo suposiciones. No conozco la vida en ese lugar. Ahora tú estás en esa ciudad y la puedes conocer. ¿Me vas a contar como son las cosas allá?

Yo estaba corriendo para terminar algunos asuntos pendientes que tenía y que debía entregar antes de ir a mi clase de inglés. No podía concentrarme porque a cada instante volvía a ver las fotografías que me habías enviado. Por mi mente solo pasaban pensamientos de anhelo y de sueños de poder estar junto a ti.

Los minutos seguían su marcha y me quedaba poco tiempo para poder salir de aquel lugar en el que paso varias horas del día, varios días de la semana y varias semanas del mes. Como dije alguna vez, son periodos de abducción extraterrestre con horas de inicio y fin definidas y en los cuales no debo pensar mucho, solo dejar que pase el tiempo antes de que pueda volver a retomar el camino que de verdad quiero marchar.

Sin darme cuenta ya eran las 5:28 pm, tan solo tenía dos minutos para salir y enfrentarme al desafío de dejarme comer por uno de esos gusanos largos de color rojo que devoran gente sin saciar. Pude terminar mis pendientes pero justo antes de salir, por mi mente se atravesó el siguiente pensamiento: ¿Y si tomo un poco de café?

Aquella frase cambió por completo el libreto que suele dirigir mis días. Bajé a la cocina de la estación extraterrestre y dejé caer un poco de agua caliente en un vaso blanco de tapa rosada y decorado con dulces de época navideña. En ese instante sólo estaba pensando en poder llegar a clase con café caliente, a lo mejor quería sentirme un poco más francesa. Al agua caliente le adicioné un poco de polvo mágico de color beige, un polvo que dice ser una mezcla lista de delicioso café. Busqué en varios cajones un sobre de azúcar pero no había ninguno, aparentemente las hormigas se llevaron todos aquellos prismas azucarados.

Mientras agitaba la mezcla, dejé que el vapor que salía del vaso empañara mis gafas. Después tape el vaso y subí corriendo hasta mi puesto; en ese recorrido la bebida caliente comenzó a preparar su ataque. Justo cuando llegué a ese espacio destinado a mis periodos de abducción, y mientras mi compañera, que cree que los extraterrestres son los responsables de apagar las erupciones volcánicas, me decía que ya se me había hecho tarde, la tapa del vaso salió expedida, propulsada por todo el vapor acumulado en el interior del vaso. Esto hizo que me asustara, y que derramara sobre mi gran parte de la bebida caliente que llevaba en su interior.

De mi boca salieron varias palabras, pero sobre todo un pequeño grito de frustración y angustia porque sabía que ahora sí iba realmente tarde a clase. Rápidamente limpié las gotas de café que habían preferido terminar su existencia en un piso sucio y no en mi estómago. Nuevamente tapé el vaso, pero afortunadamente tenía una neurona disponible que se dio cuenta que era mala idea tapar esa pequeña bomba que tenía en mi mano.

Tomé mi maleta, sin dejar de tener el vaso entre mis dedos y bajé a gran velocidad las escaleras. Me despedí de todos diciendo un fuerte adiós, que en otro lenguaje significa, mi periodo de abducción ha finalizado.

Comencé a caminar rumbo al gusano gigante, iba haciendo malabares, pues quería colocarme esos dispositivos que van en las orejas y que te permiten escuchar melodiosas voces que transforman simples notas en una mezcla de sonidos, capaces de hacerte erizar la piel. 

Aun en mi mano estaba el vaso con el café caliente. Llegué a una esquina en la cual te puedes sentir como en una escena de indiana Jones, pues debes mirar en cuatro direcciones y atreverte a pasar la calle, esquivando ciclas, motos, peatones y carros que giran y pasan junto a ti, todos confundidos y con una interpretación diferente de esas luces rojas y verdes que se reflejan en los postes de franjas amarillas y negras.

Logré pasar la calle, pero justo cuando iba a subir al andén de enfrente, la tapa rosada de mi vaso se cayó. Sentí que el tiempo se detenía, pues pude ver en cámara lenta cómo la tapa iba girando varias veces en el aire antes de caer al piso; yo solo deseaba que no cayera por su parte interior, pues me iba a dar mucho asco volver a tapar mi vaso. Por esos andenes se la pasan caminando y volando palomas sucias.

Efectivamente la tapa sintió mi miedo y justo antes de caer, volvió a girarse y dejó que la parte interna tuviera todo el contacto que quisiera con el piso. Sin pensarlo, la levanté y la metí en mi bolsillo, abrí mi maleta y saque un poco de papel higiénico, con el que pretendía cubrir mi café. Más me demoré en colocar el cuadro blanco de papel antes de que éste estuviera mojado por más gotas de café que habían logrado escapar de mi estómago.

Llegué a la calle que debo pasar para poder ser parte del botín alimenticio del gusano rojo. Sin embargo de un momento a otro y sin darme cuenta estaba caminando en otra dirección. Me dirigía a una estación en la cual no paran a comer los gusanos rojos; en esa estación para otro tipo de gusanos, unos gusanos de color azul que en un tiempo pasado eran de muchos colores pero que después de estar en un parqueadero de belleza, se han transformado y han engañado a los habitantes de esta ciudad haciéndoles creer que son gusanos nuevos y que es mejor ser comidos por ellos y no por los antiguos.

Giré mi cabeza para ver si por la avenida por la que circulan gusanos y otro tipo de bichos venía el gusano que me iba a llevar a mi clase. Efectivamente ahí venía, y mis pies de manera autónoma y desconectados de mi cerebro comenzaron a correr. No había dado más de tres pasos antes de sentir que el café caliente caía sobre la mano que sostenía el vaso. Traté de correr sin mover mucho la mano, pero fue en vano, seguían escapándose gotas de café.

El gusano azul, después de varios intentos de parar, abrió su boca y dejó que entrara en su interior. No habían espacios disponibles para sentarme y esperar mientras sucedía el tránsito digestivo. Sin esforzar mucho mi pensamiento, decidí sentarme en uno de los escalones tipo diente que hay junto a una de las tres bocas que tienen los gusanos azules.

La avenida estaba llena de gusanos y bichos que luchaban por avanzar. Cada vez que se movía el gusano era seguro que tendría que parar de manera torpe. Varias personas que iban en el estómago del gusano me observaban, pues es raro ver a alguien con un vaso de café caliente, en el interior de un gusano en el momento en el que no cabe ni una aguja.

Quería tomarme mi café, pero no podía hacerlo con el avance torpe que tenía el gusano que me había ingerido. Después de varias frenadas bruscas que seguían permitiendo la fuga de gotas de café, paró el gusano. Sin pensar dirigí el vaso a mis labios y comencé tomar esa bebida caliente que había dado un giro a mi libreto. Cada una de las gotas que decidieron, o que mejor dicho, que no pudieron escapar de mi vaso blanco de tapa rosada, comenzaron a pasar por mi garganta y se fueron perdiendo en mi interior.

Después de todo pude tomar un poco de café.

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