Demencia social

Comencé a escuchar unos gritos.


Foto de Valentin Salja en Unsplash


Era de noche, digamos que alrededor de las 7 pm. Yo estaba sentado al comedor cenando, en mi apartamento, cuando de repente escuché frases como "agárrenlo" y luego "dele pata a ese hijue...". Me conmocionó un poco la algarabía, pues aprecio el silencio, pero ya comenzaba a imaginarme qué estaba sucediendo, sólo que nunca me había tocado presenciarlo tan cerca. Frente a mi edificio, sólo que a 11 pisos de distancia (en altura, claro).

La "paloterapia", "justicia social" o "justicia por mano propia" es ya de lo más común que podemos encontrar entre los videos de las redes sociales. Agarran a un ladrón, asesino, violador, etc (ojalá confirmado, no sea que confundan a alguien) y entre los vecinos del barrio o las personas que estén pasando por ahí, junto con probablemente la víctima, comienzan a golpearlo durante un buen rato "para que aprenda" y "se le quite lo rata", o alguna expresión similar.

Ya había visto videos de este estilo, en el celular o hasta en televisión en medio de un noticiero, pero nunca me había tocado en vivo y en directo. A pesar de estar a más de 20 metros de diferencia (vertical) sentí como la adrenalina me invadía y ya no pude continuar comiendo tranquilamente. Cogí mi arepa y, de pie frente a la ventana, me quedé observando qué sucedía. 

Creo recordar que el ladrón era un muchacho joven. Me parece que lo que había sucedido es que había robado por allí cerca a una chica, pero de alguna manera lo habían agarrado y ahora estaba tirado en el suelo cubriéndose como podía de la mano de patadas que unas dos o tres personas (y en aumento) le estaban dando a la par que le gritaban frases como las que mencioné arriba. Creo que entre los que le pegaban también estaba la que yo suponía que había sido su víctima, de acuerdo a lo que alcanzaba a escuchar y a percibir de sus gestos.

Pasaban los minutos y llegaban más personas a preguntar qué pasaba y luego se unían a la turba para pedir su turno de patada. El muchacho seguía en el suelo de césped, seguramente mojado por la lluvia vespertina, con cada vez menos ropa, pues entra patada que iba y manotazo que venía se la iban desgarrando paulatinamente.

Yo me preguntaba en medio de la alteración: ¿Cuándo van a parar? ¿Cuándo va a llegar la policía? ¿Si yo estuviera abajo, me uniría? ¿Me acercaría a ver al menos y chismosear? ¿Si hubiera sido yo la víctima me hubiera unido también a la poloterapia? ¿Yo la hubiera comenzado?

No sé. Sigo sin saber. Tal vez no haya una única o definitiva respuesta. Tal vez si un día voy de mal genio sí agarre a patadas al ladrón. Pero si voy en modo zen tal vez le dé consejos para que no lo vuelva a intentar. De verdad que no sé, y ojalá nunca me toque averiguarlo.

Mientras llegaba la policía, que finalmente tardó como media hora en arrimar (dos en moto) para literalmente salvar al ladrón de un posible golpe mal dado que lo lastimara seriamente, y mientras se iban rotando los equipos de WWE junto con diferentes técnicas y hasta herramientas de golpeo (creo que alguien hasta le pegó al ladrón con un palo) yo seguía frente a la ventana, ya sin arepa pero seguramente con el chocolate, reflexionando sobre la vida y la sociedad, tratando de hallar una respuesta a las preguntas que mencioné anteriormente.

Y no pude evitar sentirme mal y sentir lástima y compasión por el ladrón y por las personas metidas en la trifulca. No conocía a ninguna, no sabía nada de sus historias de vida, no sabía cómo les había ido en el día y en la vida, no sabía si habían desayunado, almorzado o si iban a cenar. No sabía si sufrían alguna enfermedad, si tenían grandes deudas con algún banco (o un gota a gota, que es peor) o si tenían serios problemas familiares. 

Pensaba sobre todo en el muchacho que había intentado robar a la chica. ¿Había intentado antes obtener dinero de manera honrada? ¿Tenía alguien cercano que lo apoyara? ¿Qué iba a pensar de la sociedad después de que la policía lo soltara unas horas después? ¿Iba a reflexionar sobre sus actos e iba a entrar a trabajar en algún oficio que no le exigiera algún tipo de formación, en caso de que no la tuviera? ¿Había estudiado algo? ¿El colegio? ¿Estaba en la universidad? ¿Quería entrar a la universidad? ¿Tenía algún sueño loco como ser astronauta? ¿Tenía que llevar la comida para su hermana menor? ¿Seguiría delinquiendo luego de unas semanas de recuperación, ahora con mayor rabia hacia la ciudad, hacia los ciudadanos, hacia los políticos, hacia todos?

Quién sabe. Sólo él sabe, seguramente. O tal vez ni eso. Tal vez no tiene nada claro sobre su futuro, tal vez sólo piensa en sobrevivir el día a día. Tal vez ve futuro en unirse a un grupo del barrio, que le da una pistola o una bolsita de droga, y lo ponen a hacer vueltas cada tarde.

¿Te imaginas estar en una situación así? Donde sin importar a donde uno mire, parece no haber una buena decisión, parece no haber una buena oportunidad, o al menos uno no sabe cómo verla, cómo encontrarla, y parece que no hay nadie interesado en mostrársela.

Esa vez me compadecí de ese muchacho y de tantos otros que deben haber como él. Claro, también de la chica que fue víctima, aunque no tanto por el hecho de haber pasado ese mal rato, sino porque por unos minutos sucumbió a su ira (para nada la estoy culpando por eso, sé lo difícil que es controlarla) y, cuando me ha pasado algo similar a mí, luego ese sentimiento de ira SÍ me genera culpa. Porque actué sin pensar, y a veces eso crea más problemas (si no es que siempre).

Y eventos así suceden todo el tiempo, en cada rincón, en cada ciudad, de esta demente sociedad en la que vivimos en Colombia.

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