Pacho

Ocasionalmente me atacan recuerdos.

A veces es agradable y hasta entretenido; otras veces no tanto, porque son algo tristes y me suscitan un poco de nostalgia.

Foto de Benjamin Davies en Unsplash


Pero esta vez se trata de unos buenos recuerdos, recuerdos familiares.

Mis abuelos paternos siempre tuvieron finca, hasta donde recuerdo. Eran personas más de campo que de ciudad, o al menos de pueblo, de pueblo pequeño. Por eso llegaron a Pereira alrededor de la década de los 50s, cuando era más pueblo que ciudad. 

La finca que yo conocí, y que todavía existe, se llama Villa Olguita (y creo que después le añadieron "La maguito"). Mi abuela se llamaba Olga, y una de mis tías se llama Magola. Y durante mucho tiempo, años, casi que religiosamente iba con mi familia todos los domingos a la finca. Así decíamos: vamos a la finca.

La finca era el punto de encuentro familiar semanal. Siempre estaban mis abuelos (era un misterio para mí si ellos vivían allá o en Pereira), y yo iba con mis papás y mi hermano. Casi siempre llegaba después (algo tarde) mi tía Amparo con Pacho, en su archiconocido Suzuki blanco, junto con mis primos Olga Lucía y Jorge Mario. Eventual y casi siempre sorpresivamente para mí, que no entendía aún de fechas ni responsabilidades, me encontraba con otros tíos y primos, que al parecer no vivían cerca y que pasaban por allí de vacaciones, así que los veía cada año o cada medio año.

Semanalmente salíamos los domingos tipo 8 o 9 de la mañana desde la casa en Venecia alta (el barrio, claramente) con destino la finca, en el carro que tuviéramos esa temporada (recuerdo un Renault 4, dos Renault 9 y luego el Twingo) para pasar el día allí. Mi papá manejaba, mi hermano y yo íbamos en la parte de atrás jugando, y mi mamá de copiloto, todos escuchando algún nuevo cassete y luego, con el paso de los años, algún nuevo CD de música que mi papá había aprendido a "quemar" en el computador. A veces parábamos en el camino a comprar algo para llevar; a mí me encantaban los merengones, grandes y dulces. Llegábamos, saludábamos, hacíamos lo que hacíamos todos los domingos -dormir, jugar, ver TV, charlar, comer-, y luego nos regresábamos tipo 5 o 6 de la tarde para que no nos agarrara la noche en carretera (aunque la finca queda relativamente cerca, como a media hora de Pereira).

Desde esos años, finales de los noventa, cuando estaba en primaria, por algún motivo ya era muy responsable. Aún no sé cuál es la razón para no haber dejado tirados y olvidados esos cuadernos a merced del paseo dominical. Por tanto, todos los domingos llevaba conmigo algún cuaderno o libro para hacer tareas en la finca, no siempre de buen agrado. Muchas veces fueron libros o ejercicios de matemáticas o geometría. No me iba mal, pero tampoco era extremadamente fácil para mí. Era normal, tenía que esforzarme y a veces no entendía algunas cosas.

Entonces le pedía a mi papá que me ayudara con algún ejercicio, pero a él como que no le gustaban mucho, él era más de tareas de español y sociales, y mi mamá era más como de ciencias y manualidades. Así que mi papá comenzó a decirme: "vaya pídale ayuda a Pacho", y yo me iba con mi cuaderno o mi libro hasta donde estuviera Pacho sentado y le pedía que me ayudara. 

No entendía por qué Pacho sabía tanto de matemáticas, entonces le pregunté a mi papá y él me dijo que era porque daba clases en la universidad, en Armenia. Entonces yo pensé <<sí, tiene sentido que sepa>>, y también tenía sentido que mis papas no supieran tanto, porque ellos eran odontólogos, así que sabían más de dientes que de cualquier otra cosa. Y como los dientes tienen que ver con el cuerpo, pues por eso mi mamá sabía de ciencias y biología. Mi papá sabía de español y sociales simplemente porque le gustaba inventar historias y los chistes. 

Así que se volvió frecuente que los domingos yo le preguntara a Pacho por algún ejercicio o problema que yo no entendiera, pasando por todas las ramas de las matemáticas que se ven en el colegio, aritmética, geometría, álgebra, etc., y él siempre me explicaba, me daba la respuesta y yo quedaba feliz porque había terminado la tarea. Bueno, a veces no, a veces seguía con la tarea de otra materia. 

Pero creo que nunca quedé con un problema de esos sin resolver, y aprendía de la manera de razonar de él, claramente diferente a la manera de pensar de un niño de primaria; a veces quedaba sorprendido por su ingenio y conocimiento. Luego él se iba a jugar billar con mi abuelo, con Rafael y con mi papá, y yo me quedaba viendo obnubilado, a pocos metros sentado en un sillón, cómo mi abuelo los destrozaba a todos. Aunque hacían equipos, ya sabíamos que mi abuelo podía ganarles a los tres si estaba en un buen día. Un mal día podían ser 10 carambolas seguidas. Así que calculen cómo era uno bueno.

Y después, muchas veces, apenas yo ya había terminado con las tareas, ellos con su billar, y tal vez sin intenciones de meterme a la piscina (o de hacerlo hacia las 4 pm que ya no hacía tanto calor), nos íbamos a jugar fútbol mi papá, mi hermano, Pacho y yo.

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