Despertando

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El hombre abrió un poco sus ojos. La cantidad de luz que entró por ellos no fue demasiada, pero hacía mucho que no recibían ningún estímulo y algo de dolor sintió. Sintió como por todos los rincones de su cuerpo atravesaban tenues y cortos hormigueos, como si los músculos volvieran a la vida de nuevo. Respiró profunda y lentamente. No recordaba cuándo había sido la última vez que había podido hacer eso. De hecho, no recordaba donde estaba, ni lo que había hecho ayer, o lo que había comido la noche anterior. Solo sabía que era profesor de historia del arte en un colegio, que se llamaba........bueno, luego lo recordaría. Su nombre sí lo recordaba, menos mal pensó él, ahora sabía que por lo menos no era amnesia o algo similar.

Volvió a cerrar sus ojos, un poco cansados ya por la cantidad de luz recibida. Se sentía pesado, lento, como cuando se hace mucho ejercicio y al día siguiente es doloroso hasta levantarse de la cama, mover cualquier extremidad, toser, hasta reír.

No sabía en qué lugar se encontraba. Todo era blanco, muy blanco. Había una ventana abierta, entraba aire fresco y el viento arremolinaba las cortinas semitransparentes que se encontraban recogidas a un lado de aquella. 

Hizo un gran esfuerzo por recordar, y se comenzó a preocupar al darse cuenta que muchas cosas estaban confusas en su cabeza. Aun permanecía acostado, así que decidió sentarse para ver la situación desde otro ángulo, a veces funciona. Sentado al borde de la cama, buscó en el bolsillo de su camisa su billetera. Pero no tenía bolsillo, ni camisa. Tenía una bata, de una sola pieza, blanca, como.....las que usan los pacientes en los hospitales. Pero, ¿cómo era posible?, no se escuchaban ruidos de personas caminando por pasillos, o llamados a médicos o enfermeras, o aparatos con líquidos desagradables alrededor de la cama. Además tampoco estaba lastimado, no tenía cicatrices ni yesos, como para decir que sufrió un accidente.

Lo peor vino a su mente, se imaginó como en esas películas en las que el protagonista sufre un terrible accidente, cae en coma por muchos años, y cuando por fin despierta, se da cuenta que ha envejecido y que ha perdido años grandiosos de su vida, además de que las personas que amaba han desviado los rumbos de sus vidas y ya no se encuentran a su lado.

Tomó el reloj que se encontraba sobre la mesa de noche al lado de su cama, y verificó la hora y la fecha. Eran las 10:34 de la mañana del 24 de abril de año en curso. No comprendió nada. Hasta donde se acordaba, ya había transcurrido más de la mitad del año. Seguramente el reloj está descuadrado, pensó.

Entonces empezó a escuchar ruido de conversación y risas que entraba por la ventana. Parecían varias personas charlando mientras disfrutaban de alguna comida en medio del jardín que se podía ver quedaba fuera de la habitación donde él estaba. Se puso en pie, y se mareó un poco, como si no hubiera caminado en  mucho tiempo. Comenzó a acercarse a la ventana, se dio cuenta que no estaba en una primera planta, tal vez tercera o cuarta. Cuando llegó por fin a la abertura en la pared, vio muchas caras conocidas, algunos familiares, algunos amigos, o buenos compañeros. Todos estaban en una gran mesa con muchos puestos, disfrutando de un banquete. El viento soplaba, los rayos del sol calentaban sin quemar y daban a los árboles de alrededor tonos y sombras espléndidos. 

Pero el hombre sintió algo extraño al ver a aquellas personas. Sintió como que no las había visto en mucho tiempo, pero no entendía por qué. Se quedó observándolas un rato, hasta que su padre, que estaba sentado en la cabecera de la mesa, lo descubrió arriba mirando desde la ventana. Entonces le sonrió a su hijo, y le dijo: "baja ya, que es tiempo de disfrutar, ya tu tiempo pasó allá, ahora ven acá, Camilo". El hombre finalmente entendió que sucedía, y sin importarle si era real o no lo que estaba viendo y viviendo, sonrió con una lágrima resbalando por su mejilla izquierda, y bajó hasta donde estaban todos, al lugar donde nunca más se separarían.

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