Cuentos de luz para el alma. Una terapia para liberarse del enfado. Ricard López

Foto de engin akyurt en Unsplash


Érase una vez un padre que quería que su hijo creciese espiritualmente, para lo cual le
encomendaba trabajos inusuales.

Un día el padre le dijo a su hijo: «Hijo mío, quiero que cada vez que te enfades claves unos cuantos clavos detrás de la puerta del trastero». Su hijo así lo hizo.  Pasaban los días, y cada vez que el chico
se enfadaba cogía unos clavos y los clavaba detrás de la puerta del trastero. De ese modo,
el chico iba sacando la rabia. A medida que iba clavando clavos se enfadaba con menos
frecuencia. Y cada vez necesitaba clavar menos clavos.

Llegó un día en que el chico ya no lograba enfadarse. Entonces, se acercó a su padre y le
dijo: «Padre, ya no logro enfadarme, ¿qué hago ahora? ». El padre le dijo: «Hijo mío, quiero que
quites unos cuantos clavos de la puerta del trastero cada vez que te sientas impaciente».

El chico así lo hizo. Cada vez que se sentía impaciente iba hasta el trastero y sacaba unos cuantos
clavos. La labor de sacar los clavos era más difícil que clavarlos, pero le tranquilizaba. A
medida que iba desclavando los clavos perdía la paciencia con menos frecuencia.

Pasado un tiempo, ya no quedaban clavos que extraer y la puerta del trastero estaba
llena de agujeros. El chico ya no se mostraba impaciente, siempre estaba tranquilo y no
tenía prisas. Entonces, se acercó a su padre y le dijo: «Padre, ya no me siento impaciente por nada».

El padre le contestó: «Hijo mío, me siento muy satisfecho de tu crecimiento. Cada vez que te enfadabas y cada vez que perdías la paciencia, en tu alma dejabas cicatrices como los agujeros que ves en esta puerta. Estos agujeros, son las heridas de tu evolución».

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