La ansiedad oculta Capítulo 4: la universidad
Desde mediados de mi primera carrera universitaria y ya hasta el final hubo muchas aplicaciones prácticas o trabajos en donde el resultado estaba relacionado directamente con un objeto físico. Siempre me costó trabajo realizar esos trabajos manuales, y me causaba aún mayor ansiedad ver cómo algunos de mis compañeros lo hacían tan bien, lo cual me llevaba a preguntar si en realidad yo era tan bueno como creía y como me habían dicho, me hacía preguntarme por qué no me quedaban las cosas como a ellos y un montón de cosas más que lastimaban un poco mi autoestima y mi confianza.
Esto llevó a un cambio en mi actitud que se ha mantenido por muchos años, y es que aprendí a no tomarme tan en serio los halagos. Y luego de mucho tiempo aprendí a decir “No lo sé” o “No lo recuerdo”. En la universidad, sobre todo hacia el final, me era muy difícil decir estas dos frases, porque, ¿cómo no voy a saber algo si se supone que soy tan bueno?, o ¿cómo puede olvidarse de algo quien se supone es uno de los mejores? Esto comenzó a causar en mí un rechazo hacia ese tipo de halagos. Ahora simplemente los acepto, soy consciente de que tienen fundamento, pero también de que ya nadie me está calificando, que todo cambia y que no tengo por qué permanecer atado a ellos ni a lo que digan de mí los demás, ni avergonzarme o limitarme por ello.
Otro síntoma de mi ansiedad, que en su momento no lo identifiqué, por alcanzar unos estándares autoimpuestos (querer saber de todo, ser más capaz o superior, querer llenar huecos de conocimiento dejados por asignaturas mal dictadas y orientadas) fue decidir entrar a estudiar otro pregrado. Esto está muy relacionado con la ansiedad de querer empezar muchas cosas, lo cual agota muy rápido la energía y la atención. Y después implica una carga enorme autoimpuesta por querer terminar todo como sea.
Haber empezado otro pregrado fue una gran experiencia en muchos sentidos, sobre todo más allá de lo académico. Sin embargo, estaba en una época en la que la energía me desbordaba y quería comenzar muchas cosas, lo cual no me permitía enfocarme con dedicación en ninguna. Estaba cursando una segunda carrera, estaba estudiando un tercer idioma, había comenzado a trabajar en la universidad como asistente de investigación, organizaba eventos académicos como parte de una asociación estudiantil, y había comenzado con una idea de emprendimiento.
Ahora que lo pienso en retrospectiva, me parece al mismo tiempo asombroso y agotador. Sé igualmente que por esos días me sentía saturado y superado por mis actividades, y eso me llevó en muchas oportunidades a perder la motivación por hacer las cosas.
Con el paso de los años he ido aprendiendo a canalizar mi atención y energía. A comprender que muchas cosas sobran. Así que ya estoy en mayor capacidad de no empezar tres o cuatro libros al mismo tiempo (sigo trabajando en esto), o tres series simultáneamente, y otras actividades similares relacionadas ya sea con el trabajo, el estudio o el entretenimiento.
Ahora he optado por avanzar en pocas cosas de manera simultánea, pero con un esfuerzo constante, es decir, en la medida de lo posible, diario. Y ser consciente de la importancia del ahora, centrar mi mente en el presente. Igualmente, me digo a mí mismo que habrá tiempo (con algo de suerte) para hacer otras actividades. Vamos una cosa a la vez.
Era el año 2014, hacía poco me había graduado de ingeniería en mecatrónica y comencé a trabajar como asistente de investigación. Aparentemente todo marchaba bien y en algún momento en esa transición entre la graduación y mi primer trabajo oficial me ofrecieron continuar estudiando becado la maestría en ingeniería en mecatrónica. No lo acepté, y eso que el mismo rector me lo ofreció. Seguramente en un momento previo de mi vida habría dicho que sí, pero ya en el 2014, aparte de no sentirme completamente cómodo en el ambiente académico y laboral de la universidad, había comenzado a darme cuenta de mi ansiedad y quería controlarla.
Mi ansiedad me decía que debía estudiar y acabar una maestría tan pronto como fuera posible, y qué mejor que hacerlo en la misma área de estudio de mi pregrado, en la misma universidad, y gratis.
Pues, en oposición a esto, seguí mi intuición, la cual me decía que lo mío no era como tal la ingeniería en mecatrónica o en telecomunicaciones, sino que estas eran una base de conocimiento y educación, y que mis intereses iban por otro camino. Además, le puse un poco de freno a esa maratón académica en la que nos embuten a tantos. Años y años seguidos estudiando de manera continua sin aplicar lo aprendido y sin parar un momento a pensar “¿esto me gusta?, ¿me satisface hacer esto?, ¿cómo aplico aquello?, No entiendo esto muy bien, quisiera detenerme un momento y analizarlo en detalle.”
Para el 2014 llevaba 18 años de estudio ininterrumpido, al igual que muchos de mis compañeros. Finalmente completé 21 años de esta maratón, pues en abril de 2017 me gradué de ingeniería en telecomunicaciones.
Pero a lo que voy es que en el 2014 tuve la opción de prolongar ese vórtice de la academia cuando me ofrecieron iniciar la maestría, pero no lo hice. Ya estaba comenzando a tomar consciencia de que soy yo quien escribe la historia de mi vida, no la sociedad, y es más importante lo que yo deseo que lo que otros esperan de mi.
Por otro lado, la ansiedad no sólo impacta la propia vida, sino que puede afectar tremendamente la relación con otras personas, sobre todo los más cercanos, lastimosamente.
Dicen que luego de terminar el colegio, o la universidad, o experiencias similares en las que se pasó mucho tiempo compartiendo espacios y momentos con un mismo grupo de personas, quedan sólo unos pocos amigos para toda la vida.
En mi caso también fue así. Sin embargo, creo que perdí o eché a perder las relaciones con esos pocos por mi ansiedad, por querer controlarlo todo y estar encima de lo que hacían todos, todo el tiempo.
El dolor se siente aún más cuando deseas volver a acercarte a alguna de estas personas, y son ahora ellas quienes no quieren o no les interesa.
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