Cierras los ojos y tus amigos no están

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Recuerdo gratamente las épocas, muy recientes, en las que, junto con mis amigos, armábamos planes para jugar XBOX (sobre todo guitar hero, creyéndonos esa banda de música que seguramente nunca seremos, o seríamos), veíamos alguna película en el video beam del cuarto de estudio, o nos acostábamos luego del almuerzo en el prado trasero de la plazoleta de comidas de la universidad, a charlar sobre el universo y la vida, mirando hacia el cielo azul capitalino, antes de tomar una plácida siesta para seguir con nuestras actividades vespertinas.

Fueron buenas épocas. Hacíamos todo tipo de planes para tomarnos el poder, al menos el de la universidad, y colocar las cosas en orden. Bueno, nuestro orden. Eran tiempos en los que nuestros caminos parecían completamente alineados, en un 90% al menos, y creíamos que lograríamos llegar hasta el fin de los tiempos juntos, cumpliendo nuestras metas uno al lado del otro.

Eran tiempos en los que sabía con certeza que había alguien con quien hablar durante el almuerzo, y antes y después del mismo; eran tiempos en los que no me sentía solo... no tanto. Hablábamos de lo que haríamos en seis meses, un año, dos años, cinco y hasta diez. ¡Queríamos dominar el mundo!, arremeter contra los injustos, y aplicar nuestras básicas leyes matemáticas para aplicar la lógica que le hace falta a este país; todo lo queríamos automatizar (más bien robotizar, porque la automatización no nos llama mucho la atención); y queríamos hacer las cosas a nuestra manera, sin nadie que estuviera encima todo el tiempo vigilándonos; queríamos formar nuestra Apple, nuestra Microsoft, nuestro Google, tener nuestra empresa con oficinas con sala de videojuegos, con el esqueleto de algún politiquero en el jardín frontal, con pantallas gigantes y controles por voz, con bases de lanzamiento de naves espaciales, con sistemas de energías renovables que alimentaran todas nuestras máquinas (que no serían pocas), con salón de experimentos peligrosos, desarrollando tecnología de cualquier índole que sacara adelante a este cada vez más podrido país (y los de su zona también).

Éramos casi perfectos. Casi. No tuvimos en cuenta únicamente que éramos (y somos) muy jóvenes, que la vida da muchas vueltas, y que los planes apenas si son una guía, un boceto, como para no ir tan perdidos por la vida. Pero pocas veces se siguen al pie de la letra.

Ahora miro a mi alrededor, y de esos planes veo pocos aún en pie, y menos aún en conjunto, con mis amigos. Gracias por compartir conmigo sus momentos, y como dijo uno de ellos, espero algún día volver a trabajar con ustedes.

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