La estabilidad de la vida

Siempre que pienso en algún profesor del colegio, o de la universidad, lo recuerdo como alguien que ya tenía definida su vida. Es decir, lo veía como un profesor, y ya. Sin más aspiraciones, sin pasado ni futuro. Era y siempre sería, en mi imaginario, un profesor.

Foto de Dušan veverkolog en Unsplash



Pero ahora que yo mismo llevo un tiempo dictando clases, me puedo dar cuenta de lo equivocado que estaba. Seguramente mis estudiantes también me ven así, como su profesor únicamente, pero no se preguntan por mi pasado, por lo que hacía, ni por mis planes; no consideran que en algún momento, no hace mucho, también fui como ellos, estudiante de pregrado -hace apenas 5 años terminé mis materias de mi segunda carrera - viviendo la vida desde una burbuja.

Y es que caí en cuenta que no estamos acostumbrados a ver la vida de las personas como un todo, si no únicamente su presente. Cuando las conocemos, la mayoría de las veces, las tratamos y pensamos en ellas como si su estado actual, su vida actual, sus condiciones actuales, su vida en general, fuera a ser así para siempre. No pensamos en que quizá tienen planes, tienen aún sueños, quieren cambiar de trabajo, quieren vivir en otras partes, tienen metas personales, académicas o profesionales, quieren aprender un nuevo idioma, un nuevo deporte, quieren escribir un libro o dedicarse a pintar. Así tengan 80 años, tal vez quieren hacer algo diferente.

Así que cuando veía a mis profesores ya mayores en la universidad, pues pensaba en ellos como personas que siempre habían sido profesores, y que seguramente terminarían su vida siéndolo. Pero ahora que estoy más o menos en sus zapatos, me doy cuenta que estaba muy equivocado.

Es posible que nunca lleguemos a ese estado estable de la vida. A ese estado final, definitivo, concluyente. O si lo hacemos, quizá no sea tan estable después de todo, o no lo sea por mucho tiempo. Porque siempre estamos interesados o dispuestos a iniciar algo nuevo.

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