EL NOMBRE DEL SILENCIO: DUODÉCIMA PARTE. FINAL
Foto de Kristina Flour en Unsplash |
Esa madrugada me percaté como nunca antes de la volatilidad de la vida, de la belleza de los pequeños detalles, de la importancia de los momentos con la familia. También experimenté en carne propia las ironías de la vida, pues mientras pasaba la peor madrugada de mi vida en una funeraria, veía un amanecer hermoso desde las ventanas de la misma.
Hubo un par de hechos que olvidé mencionar en partes anteriores de esta historia. Yo llegué a Cali gracias a mi tia Magola, quien me regaló los pasajes, "por si de pronto pasaba algo durante la cirugía de mi papá", pues mi plan iniciar era llegar como a mediados de diciembre.
Por otro lado, el lunes 28 de noviembre, el último día que almorzamos juntos los cuatro, mi papá regañó a mi hermano durante el almuerzo porque llegó al apartamento con un golpe en un ojo. Fue durante el entrenamiento en el gimnasio, donde un muchacho lo había golpeado por error mientras hacían un ejercicio. Pero a mi papá eso no le importaba, no le gustaban los deportes de contacto, y le prohibió a mi hermano ir allá, e incluso fue hasta el gimnasio para indicar que mi hermano no tenía permiso de ir. Yo ya conocía el lugar, no era malo, fue solo un descuido. A la semana siguiente, volví, para expulsar todas las emociones a punta de golpes. Mi hermano tardó un tiempo en volver.
El sábado 3 de diciembre llegó mi abuelita materna desde Bogotá, y nos acompañó durante varios días. Luego llegó mi tio Sergio. Fue la peor navidad de mi vida, y también fue la última. Porque si uno quiere ser correcto, tiene que haber una correspondencia entre lo que piensa, dice y hace, entre lo que predica y aplica. Así que si ese día marcó la muerte de mi papá y de mis débiles creencias religiosas, también debía acabar con todos los demás tipos de vínculos religiosos que la sociedad ha ido transformando poco a poco y que va fusionando con la vida diaria, quitándoles su verdadero sentido. Por eso fue mi última navidad. Por eso, y porque no podía soportar la idea de disfrutar esa época, que tanto me gustaba de pequeño, sin su presencia.
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