CRIMINAL Capítulo 2: Ese gordo inepto
I
Calloway,
sentado en su oficina, miraba fijamente la pared, completamente por fuera de la
realidad, absolutamente concentrado en su pensamiento. Con su sombrero puesto
en un perchero, pero con su gabardina encima, puesto que allí tenía el revólver
y quería tenerlo siempre lo más cerca posible, medita sobre los casos que está
investigando, y ni siquiera observa la carpeta abierta que tiene sobre el
escritorio. No hacía nada, no parpadeaba, simplemente movía un bolígrafo entre
sus dedos, en una especie de juego inconciente. Su despacho era bastante
oscuro, desordenado y pequeño, y tenía montones de folios dispersos en todas
partes. Sonó su teléfono. Era Mandy, su secretaria, una rubia muy blanca con
pocos atributos interesantes y llamativos. Le dijo que el jefe lo solicitaba.
Calloway cogió
su sombrero, y con mucha parsimonia abrió la puerta y salió del despacho.
Caminaba lentamente por el vació corredor, con las manos entre los bolsillos,
pensando en que tontería le diría su inútil superior.
- Calloway(piensa):
espero que ese gordo no me pida otro de sus maravillosos favores. Ya le he
matado a muchos y pienso que no es seguro que asesine a otro. Los casos están
tomando un aspecto muy extraño y han dejado de parecer simples crímenes
callejeros.
Calloway pasa
por el lado de Mandy, y se detiene a preguntar por su asistente Roger.
- Calloway:
querida Mandy, ¿has visto a mi asistente Roger? - Le pregunta mirándola
fijamente a los ojos, detallándolos, al mismo tiempo que saca un cigarrillo y
lo enciende.
- Mandy: ¿A quién oficial? ¿Su asistente? No
entiendo, estoy un poco confundida. Tal vez no me han informado de algún nuevo
contrato, pero hasta donde yo recuerdo…
Justo en ese
momento el sonido de una puerta contra el marco hizo girar la cabeza de
Calloway, y su mirada fija y concentrada paso de la cabellera rubia de Mandy a
la calva de su jefe, quien salía con su rostro rechoncho y colorado de su
oficina, dejando ver una expresión de furia.
- Inspector
Gordon: Pensé que nunca iba a llegar Señor Calloway. Lo necesitaba desde hacía
un rato urgentemente. - El rostro de Calloway seguía igual que antes, sin
ninguna expresión, totalmente sereno, aspirando y expulsando el humo de su
cigarrillo.
Para ser su
jefe, el aspecto que tenía era muy desfavorable, desalentador, si se puede
llamar así. Su corbata desarreglada y sus pantalones desteñidos disminuían aún
más su apariencia poco autoritaria.
- Inspector
Gordon: Oficial, pase por favor, que tenemos que hablar de cosas importantes.
Calloway
comienza a caminar lentamente, disfrutando lo poco que queda del cigarrillo; al
pasar por la puerta, bota la colilla en el tarro de la basura, y detrás suyo
entra el inspector, quien cierra la puerta y baja las persianas. Después, luego
de sentarse a su escritorio, comienza a hablarle a Calloway, que continúa de
pie recostado en una pared.
- Inspector
Gordon: Necesito que acepte inmediatamente su jubilación.
- Calloway: No
lo pienso hacer. - Lo dijo mientras abría y cerraba su encendedor, detallando
esta vez que tenía una inscripción marcada en su lado posterior.
- Inspector
Gordon: Es una orden, no un favor, Señor. Calloway. Los asesinatos ya están
pareciendo muy sospechosos. Debemos aprovechar esta oportunidad. Retírese, será
mejor. Además, su problema del corazón está empeorando, yo lo sé, y si quiere,
le puedo colaborar con algo de dinero. – En ese momento se ve como el inspector
saca del cajón de su escritorio un fajo de billetes y se los muestra a
Calloway, que caminaba tranquilamente de un lado al otro de la habitación. –
Por otro lado – continúa hablando el inspector – me informó el psicólogo que en
sus últimas revisiones generales, ha estado usted presentado signos generales
de una posible extraña enfermedad mental, algo así como un desorden emocional o
psicológico, y me dijo que habían dos opciones para tratarlo, la primera, que
redujera sus horas laborales, o, la que me parece más conveniente, que acate la
ley y acepte su jubilación. Así que si quiere, puede firmar en este mismo
momento los documentos necesarios para llevar a cabo el proceso. Si no, lo
hacemos entonces mañana.
Calloway se
detiene, mira el fajo de billetes y luego mira al inspector a la cara. Todo
esto lo hace con detenimiento, sin exaltarse, respirando con su ritmo normal,
al compás de su agrietado corazón. Luego, saca del interior de su gabardina un
cigarrillo, lo enciende y le da una primera inhalación. Cierra los ojos, lleva
la cabeza un poco hacia atrás en signo de placer, exhala, y después, da media
vuelta, abre la puerta, sale y cierra con un portazo similar al que había oído
cuando su jefe salió.
Mientras
caminaba por el pasillo dirigiéndose al ascensor que lo llevaría al primer
piso, se imaginaba la cara de asombro, rabia e impotencia de su jefe; sonreía
al imaginárselo, de una forma un poco maligna y sarcástica.
- Calloway
(piensa): ¿Cuánto tiempo más tendré que soportar a ese inepto? Como si creyera
que me va a obligar a dejar mi pasión, mi amor, mi trabajo, tentándome con la
riqueza de un montón de billetes. Si quisiera ser rico, hace mucho que hubiera
hecho algún negocio sucio. Yo lo que quiero es sentirme útil. Además, mi
problema del corazón es manejable, yo lo sé, y ese tal psicólogo no sirve para
nada. Yo no necesito dinero, necesito acción, sólo acción. Yo no estoy viejo,
no estoy enfermo.
Calloway sale
del Departamento de Policía, y se ve como una pequeña luciérnaga en medio del
vasto bosque, pues lo único que se ve es su cigarrillo, rodeado completamente
por la oscuridad y por la lluvia. La inmensidad del edificio lo reduce
increíblemente. Mientras llega hasta su auto negro, no saca nada para cubrirse.
Sólo inclina su cabeza para que el cigarrillo no se le apague. Abre la puerta,
sube, prende la radio, suena I´ve got you Under my skin, gira la llave, y el
auto se mueve. Es un Volkswagen.
II
Al llegar al
edificio donde se encuentra ubicado su apartamento, en un tercer piso, deja el
carro en el sótano, baja de él, y toma el ascensor. Llega al tercer piso, abre
su puerta, entra, saluda secamente a su esposa con un grito que supone llegará
hasta su recámara. Extrañamente no oye respuesta. Piensa que ya está dormida.
Saca su revólver, se quita la gabardina, la tira en el sofá de la sala. Va al
comedor, deja su arma en la mesa, y luego dirige su mirada al mueble de donde
en unos cuantos segundos sacará la botella de whisky para servirse un trago.
Sin embargo, la botella no está, pero si está rota la vitrina. Mira el suelo al
pie del estante. La botella de whisky y otras cuantas están rotas. Casi tan rápido
como su cara toma una expresión de alarma y sospecha, agarra el revólver y se
dirige lenta y escurridizamente a su cuarto. Da un salto y apunta con el arma
donde supone que está el ladrón. Pero no encuentra ningún ladrón. Suelta el
arma, ésta cae al piso produciendo un ruido duro y seco, y el oficial Calloway
se abalanza hacia su cama con gran expresión de dolor, con lágrimas en los
ojos. Queda sollozando arrodillado al lado de su cama. Lanza quejidos y gritos
repentinos cuando no soporta la presión del aire dentro de su pecho. A su lado,
con su delicada mano izquierda, sin argolla, entre sus manos, está su esposa
estrangulada, con moretones en el rostro, y con un hilillo de sangre que sale
de su boca, de un rojo intenso.
Foto de Riccardo Retez en Unsplash |
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