CRIMINAL Capítulo 5: ¿Roger?
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Calloway se ve
tenso frente al volante. Lleva su cigarrillo fuertemente agarrado entre los
dientes. Va a gran velocidad, y se ve como su auto da saltos y resbala sobre el
asfalto mojado. Las plumillas hacen su trabajo con eficiencia, y le despejan al
oficial su campo de visión. Las dos luces delanteras, junto con los postes de
alumbrado público, son las únicas fuentes de luz presentes a esa hora en las
calles, y son como puntos diminutos en comparación con la absorbente oscuridad
reinante.
Repentina y
bruscamente, Calloway gira a la derecha, y pasados unos metros, presiona a
fondo el freno produciendo un fuerte estremecimiento tanto en su cuerpo como en
el auto. A diferencia de su comportamiento durante el recorrido, sale del auto
lenta y tranquilamente. Cierra la puerta con fuerza, prende un cigarrillo y
comienza a caminar cubriéndose un poco de la lluvia con su gabardina.
El edificio al
que ha llegado es realmente imponente. Lo mira con cierto odio y resentimiento.
Cuando se dispone a entrar se percata que alguien está recostado en la pared,
con la cabeza baja, y con su sombrero cubriéndose buena parte del rostro.
Calloway lo reconoce inmediatamente.
- Oficial Calloway:
Me alegra que haya decidido venir, Roger. Sin embargo, ¿cómo supo usted que yo
venía para aca?
- Roger: Eso
no importa oficial. Mejor apurémonos, no sea que encontremos a ese desgraciado
dormido y toque liquidarlo de forma rápida e indolora.
Calloway asintió,
tiró el cigarrillo y lo pisó con fuerza. “Tiene razón Roger”, dijo. Ambos
entraron, caminando tranquilamente. Estando ya frente a la puerta del
apartamento de su jefe, Calloway tocó. Nadie abrió. Tocó de nuevo. La misma
respuesta. Sin pronunciar ninguna palabra sacó su revolver y disparó a la
cerradura de la puerta. Extendió su mano y la impulsó, hacia adentro. Todo
estaba oscuro. Ambos policías entraron, y apenas habían cruzado el umbral una
luz débil se encendió y vieron la figura de su jefe sentado.
No estaba con
su camisa de inspector sino con una camiseta blanca, interrumpida en dos
ocasiones por largas tiras que salían y llegaban a sus pantalones, primero por
delante y luego por detrás, y que durante su camino se apoyaban en sus hombros.
Tenía un vaso con whisky en la mano, y una sonrisa cruel en la cara.
Inspector
Gordon: Lo estaba esperando, Señor
Calloway – Miraba al oficial fijamente como si no notara la presencia de Roger
– Nunca dudé ni un segundo de su capacidad y habilidad como inspector. Sabía
que me encontraría.
- Oficial
Calloway: Que bueno, porque entonces supongo que también sabe que en unos
instantes va a morir. – El inspector Gordon suelta una carcajada.
- Inspector
Gordon: Que cómico es usted Calloway, como es de iluso. Tan iluso que creía que
su esposa le era fiel – Calloway le dirige una mirada extrañada y fulminante –
Si, es lo que usted está pensando. Su esposa lo traicionó. Lo traicionó
conmigo. ¿Y por qué? Pues porque usted es un inútil que no sirve para nada en
la cama. – Calloway poco a poco iba tornando más tensa su cara, apretando los
dientes, estrechando más sus cejas, llenando de furia sus ojos, acercando su
mano al revólver envainado.
El inspector
Gordon seguía hablando – Y en cuanto a Hooney, que puedo decir, una belleza
incomparable – De vez en cuando tomaba de su vaso – Pero como no era para mí,
siempre me rechazó, entonces tampoco podía ser para usted.
Calloway
entonces con un movimiento rápido sacó su revólver con la mano derecha,
apuntando a su jefe, mientras con la izquierda se tomaba el pecho. Miró por un
instante a Roger, un poco alejado de su lado, quien miraba fijamente, con las
manos entre los bolsillos, al inspector, sin tener intenciones evidentes de
hacer algo.
“Maldito”,
dijo Calloway, cuando de nuevo miró a su jefe. “Te voy a matar”. “No serías
capaz”, respondió el inspector Gordon. “Sabes que te meterías en un gran…” las
palabras del inspector fueron detenidas por el disparo y por el grito de
Calloway, al cual le siguió inmediatamente su derrumbamiento. El inspector
murió inmediatamente por el disparo en la cabeza, y Calloway, por su parte, cayó en el suelo con sus dos manos sobre el
pecho, y de su gabardina salió rodando un frasco con pastas que se regó
completamente. “Maldito corazón mío”, pensó, mientras extendía su brazo
tratando de alcanzar alguna de las pastillas. “Roger, pásame rápido una”, le
pidió a su asistente al ver que no alcanzaba. “Roger, rápido, por favor… ¿Roger?”
Roger no se movía, se había sentado y lo miraba tranquilamente sin hacer ningún
movimiento para ayudarlo. “Maldita sea Roger, de manera que sí estoy enfermo. Con
que es verdad que no existes”, murmuró, mientras recibía un pinchazo fulminante
en el pecho.
En ese preciso
instante, el grupo de jazz del bar estaba tocando Autumn Leaves. “Que mala
suerte tengo”, pensó Calloway, antes de morir.
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JULIO CAICEDO
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