CRIMINAL Capítulo 4: Dulce Hooney


I
Como todas las noches, Calloway está sentado observando a la pelirroja que es capaz de deshacerlo enteramente en un instante. Su expresión es de placer mientras fuma y escucha la canción I wanna talk about you.

Su cara está aún pálida y cansada, tal vez mucho más que en ocasiones anteriores. Apenas termina la canción, el grupo toma un pequeño descanso, y Calloway aprovecha para ir a conversar sobre algo importante con Hooney. Atraviesa rápidamente el bar y entra con cuidado en el pasillo de camerinos. Nunca había estado por esos lugares, así que saca un cigarrillo mientras lee el letrero de cada puerta buscando la palabra Hooney. Sus ojos leen Filippo, Danny, Charles, Edward, y por fin, Hooney, en letras doradas. Entra sin llamar y encuentra a la bella chica maquillándose frente al espejo, con un lapiz labial rojo intenso. Ella se da vuelta y se levanta, sorprendida.  
- Hooney: Oficial, usted bien sabe que no puede estar por aquí, si nos llegan a encontrar vamos a…- Sus palabras se apagan dentro de la respiración agitada de la boca de Calloway. En un principio, Hooney no lo hace como es debido, sino que tensa los labios y tiene intenciones como de apartar el rostro. Pero tras unos segundos, se relaja y participa del movimiento rítmico que proporcionan las lenguas entrelazadas y los inquietos labios.

- Hooney: Pensé que nunca se atrevería- dijo Hooney, al terminar el beso
- Oficial Calloway: Yo pensaba lo mismo

En ese instante llamaron a la puerta. Hooney ya debía salir a cantar. Calloway, sin ningún miedo ni pena, abrió la puerta y empezó a caminar por el pasillo de regreso a su mesa, sin importarle si alguno de los integrantes del grupo lo veía. Detrás de él iba Hooney, colorada de la vergüenza, y diciéndole a Filippo que después le explicaba. Antes de salir del pasillo de camerinos, Calloway da media vuelta y le dice a Hooney: te espero afuera cuando termines. Hooney, entre feliz y apenada, muestra una disimulada sonrisa al tiempo que afirma con la cabeza. Calloway se sienta y le pide a un mesero un trago, y Hooney se sube al escenario a cantar God bless the child.

Al terminar la presentación del grupo, Calloway espera afuera del bar a Hooney, fumando y observando las calles. Finalmente, cuando habían pasado alrededor de veinte minutos, sale el grupo completo de jazz. Calloway le sonríe a Hooney, quien va con su vestido habitual y además con un abrigo. Ambos montan en el carro negro de Calloway, y mientras Hooney enciende la radio y comienza a escucharse Goodbye Porkpie hat, Calloway enciende el carro y oye el rugir del motor. Van a su apartamento.

II
Cuando ya están en el tercer piso del edificio, Calloway busca la llave de su apartamento. Aunque la mantiene siempre en el bolsillo derecho, esta vez no está ahí, y se empieza a desesperar mientras la busca. Repentinamente Hooney lo toma por sus hombros, lo voltea y lo besa, apoyándolo contra la puerta, y ella apoyándose en él.

El beso es intenso y es largo, y el extenso y rojo cabello de Hooney cubre parte del rostro de Calloway. Un momento después, Calloway retira su cabeza del lazo amoroso para dirigir su mirada a la puerta, en donde inserta rápidamente la llave recién encontrada, abre, y ambos entran totalmente concentrados en los labios del otro. La puerta se cierra con estrépito, y el corredor queda vacío y en silencio.

Al despertar, Calloway se encuentra sólo en su cama. Aún siente en su habitación el dulce y suave aroma de Hooney, pero ve que ni ella ni nada de ella están en su apartamento. Se ha ido, tal vez más pronto de lo que él hubiese deseado. Es más, en estos momentos, Calloway siente que su deseo por Hooney es infinito, y que hubiera sido capaz de renunciar a su amada labor para dedicarse completamente a ella.

Luego de cerrar sus ojos por unos instantes para recordar el bello rostro de la chica pelirroja, Calloway se levanta, prende la radio, se comienza a afeitar, y al terminar se coloca su sombrero y su gabardina y toma su revólver. Sale del apartamento para dirigirse al edificio del cuerpo de policías.


III
En la noche, Calloway va de nuevo al bar. Es una noche fría y muy nublada. Llueve fuertemente. Una vez ha entrado en el bar, se sienta en la misma mesa de siempre. Pide un vaso con whisky y fija su mirada en el escenario, donde el grupo de jazz está a punto de iniciar una canción. Hooney comienza a cantar, y Calloway a perderse entre sus versos.

A medida que la canción avanza, el oficial va alejándose cada vez más de la realidad y va adentrándose profundamente en sí mismo. Pareciera que ni siquiera respira, y lo único que se nota que mueve son sus ojos, de un blanco intenso, con delgadas nervaduras rojas, que desplaza rítmicamente a la par con el movimiento de Hooney en el escenario. A su vez, ella detiene constantemente su mirada en él, moviendo claramente sus rojos labios para que él pueda detallar cuando lo desean.

Al terminar la canción, Hooney baja lentamente de la tarima, se acerca a Calloway, se agacha y le da un profundo beso. Después, se aleja hacia el pasillo de los camerinos, no sin antes darse vuelta para enviarle a Calloway un beso con la mano, para luego desaparecer en la oscuridad del corredor.

Después de unos cuantos minutos de descanso, el grupo decide iniciar de nuevo su actuación. Sin embargo, Hooney aún no ha vuelto. Es muy raro, ella nunca se retrasa. Calloway se da cuenta desde su asiento de la agitación que se vive en el escenario. Se percata que es producida por el retraso de su bella pelirroja. Sin avisar a sus amigos del grupo, se levanta sigilosamente y se desplaza hacia el camerino de Hooney. “Que extraño”, piensa, cuando nadie le abre después de tocar varias veces la puerta. Decide entonces forzar la puerta. Se aleja de ella un poco, y sin dudar ni un segundo la abre de un fuerte empujón.

En el interior todo está oscuro. Enciende el interruptor. “Maldita sea”, murmura, mientras se acerca lentamente al cuerpo de Hooney, quien aún tiene sus ojos abiertos, y su garganta envuelta en una toalla. “Maldita sea”, murmura de nuevo, antes de tirar su sombrero, y antes de que se observe en su mejilla una pequeña lágrima. “Me las vas a pagar”, es lo último que dice previamente a recostarse en una pared mientras enciende un cigarrillo.
Foto de Maxim Hopman en Unsplash

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