INCONFORMIDAD
Foto de David Rotimi en Unsplash |
¿Qué
mira? Que le importa qué miro. Miro muchas cosas, miro todo, mantengo mirando.
Mirar es una de las pocas cosas que puedo hacer solo, sin ustedes, a quienes
creía mis amigos.
Miguel
Ángel es un muchacho un poco extraño. Bueno, tal vez no un poco, bastante. O
tal vez ni siquiera es extraño, sino que lo aparenta, porque le gusta llamar la
atención, le gusta ser observado tanto como a él le gusta observar. No soporta
las personas presumidas y gran parte del tiempo se odia a sí mismo porque se
comporta de esa manera, pero tiene un consuelo, él no es así, sino que lo
aparenta, como muchas cosas suyas, y sólo lo hace para vengarse de aquellos que
se creen más que él o que los demás.
¿Miguel,
por qué estás tan solo? ¿Miguel, por qué no quieres comer? ¿Miguel, por qué no
vienes y compartes un momento con tus tíos? Esto es muy desagradable. Mis papás
no hacen sino preguntarme cosas totalmente obvias. Estoy solo porque no tengo
amigos, porque se fueron sin despedirse siquiera, porque no me importa si
alguien me habla o no. No quiero comer porque me parece innecesario, inútil, es
igual que dormir, son acciones que no sirven absolutamente para nada. Miento.
Si sirven para algo, para perder el tiempo. ¿Acaso creen ellos que, sabiendo yo
que uno pasa la tercera parte de la vida metido en una cama soñando porquerías
(porque el inconsciente es perverso, créanme) y chorreando babas, voy a malgastar más de mi
valioso tiempo ingiriendo elementos y sustancias cuyo final es lo más asqueroso
que existe en la vida de un ser humano? Pues no. Por eso no voy a comer. Por
otro lado, si antes dije que mi tiempo era valioso no lo hice debido a que yo
sea una persona presumida, sino porque en realidad mi tiempo vale mucho, cada
instante que vivo mi mente produce una idea distinta, y lo hace tan rápidamente
que la habilidad de mi mano no es suficiente para plasmar mis pensamientos en
el papel y no olvidarlos. Ya olvidados no valen nada, es como si nunca hubieran
existido. Lo que no queda escrito en un papel, no existe.
Miguel
Ángel era un inconforme con la sociedad. La sociedad le fastidiaba, le daba
rabia, ya que en una sociedad mediocre e hipócrita como en la que vivía los
sueños de las pocas personas razonables que la habitaban se desaparecían, no
eran apoyados, y generalmente triunfaban los menos inteligentes pero sí más
maliciosos, orgullosos, personas sin personalidad. La gran mayoría de la
población en su sociedad era igual, tanto física como psicológicamente, todos
se vestían igual, con sus pantalones anchos y caídos, con sus camisetas cuatro
equis L de marca importada de no sé donde, con sus cachuchas planas, y todos
pensaban igual, respondían lo mismo, o más bien, todos no respondían nada,
siempre decían las mismas palabras huecas, repitiendo lo que dijo el de su
lado, y así como sus palabras no tenían ningún significado, su cabeza estaba en
muchos aspectos tan nueva como había llegado a este mundo.
Miguel
Ángel tenía gran capacidad para expresarse oralmente. Podía improvisar,
inventar, hasta mentir, con tal de no hacer el ridículo, cuando le importaba no
hacerlo. Y los únicos momentos en los que lo evitaba eran cuando le estaba
hablando a alguien importante para él. Importante se refiere, en gran medida, a
las muchachas, aquellos seres tan esquivos e impredecibles, con quienes Miguel
Ángel pocas veces se había relacionado. Y el hecho de que no hablara mucho con
ellas no quería decir que no le gustaran, sino que, en los pocos intercambios
de palabras que había realizado se había dado cuenta que esas jóvenes no eran
como él, no eran de su mundo, no eran de tardes de lectura, ni de
conversaciones con matices filosóficos, teológicos o científicos, no eran de su
música, no eran de su forma de vivir ni de su modo de ver la realidad, por el
contrario, pertenecían al mundo opuesto, al de la pereza, las fiestas, el
trago, las conversaciones rutinarias y monótonas, la televisión, la moda. En
resumidas cuentas, Miguel Ángel se había llevado una gran decepción. Por eso no
estaba interesado en estar acompañado por sus amigos (ex – amigos) o por tales
chicas, porque en ninguno de los dos lados se podía desenvolver con toda
tranquilidad.
Hoy conocí alguien especial. Sé que es
diferente, sus palabras y su mirada me lo demuestran. Su belleza no es
indescriptible, pero me interesa más su interior. Se llama Ángela, y desde hoy
mismo me permitió decirle Angelita. Es un nombre muy sugestivo. Espero que esta
espera de tantos años haya valido la pena, y que su pensamiento sea compatible
con el mío, se identifiquen ambos, se vean a la cara, se reconozcan, se digan
“hola” y nunca “adiós”.
Julio Caicedo, 2007
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